viernes, 18 de mayo de 2012

XXX Consideraciones en torno a la Cruz



XXX Consideraciones en torno a la Cruz
     que pronunció Salvador Marín Hueso en el Antiguo Hospital de San Julián de la Ciudad de Málaga el día 1 de mayo del Año del Señor de 2012














0.- Preámbulo

Témpano que germina nudo a nudo
         por la turba insaciable de las horas,
         delicia de las junglas bienhechoras,
         alada conjunción, troncón desnudo.

         Cetro y ancla del Sol, punzón agudo,
         aguja de las ingles cazadoras,
         columna de las fiebres trepadoras
         que lloran por mi anhelo el a menudo.

         Desnuda tu corteza ante mis besos,
         reviste con tu miel mis entretelas,
         anega con tu hiel mis embelesos.

         Desgarra con tus ramas mis cautelas,
         clavadas a la lluvia de mis huesos,
         y átalas, Cruz, al nervio de mis velas.


         M.I. y Rvdo. Padre Delegado Episcopal de Hermandades y Cofradías:
         M.I. y Rvdo. Padre Cura-Párroco de San Juan Bautista:
         Sr. Hermano Mayor, Sr. Mayordomo de la Santa Vera+Cruz, Junta de Gobierno y hermanos de las Reales Cofradías Fusionadas de San Juan:
         Sr. Hermano Mayor y hermanos de mi Archicofradía Sacramental de Nuestra Señora de los Dolores de San Juan:
         Hermanas y hermanos todos en Jesús Resucitado:

         Ante todo, gracias. Gracias, hermanos fusionados, por hacerme tan feliz, por regalarme este gozo de  compartir esta hora con vosotros. Gracias por confiar en mí, por ilusionarme del modo en el que lo habéis conseguido.
         No habéis elegido a un teólogo, ni a un exégeta bíblico ni a un cristiano ejemplar. Habéis elegido a un pecador ignorante, pero eso sí, os lo prometo, a un pecador enamorado. Enamorado de San Juan, donde habita la Señora de sus días y sus noches, Señora de los Dolores. Enamorado de Fusionadas, donde florece la Vera+Cruz de sus mejores madrugadas. Enamorado de ser cofrade y de ser cristiano y, por tanto, enamorado  del Árbol de la Vida.
         Igualmente os lo confieso: habéis conseguido torturarme. Los míos os pueden atestiguar que han sido muchas las horas de desvelo, de auténtico martirio (bendito martirio) tratando de averiguar la senda por la que debía conducir mis palabras. Y es que la tarea que me habéis encomendado es tan apasionante como exigente. ¿Quién soy yo ─me he preguntado una y otra vez, sin rémora de falsa modestia─ para glosar el misterio de la Cruz? ¿Qué puedo aportaros distinto a lo que ya os ofrendaron mis predecesores? ¿Cómo superar, por ejemplo, las deliciosas consideraciones de Francisco Aranda, a quien agradezco su presentación desde el sonrojo y la rendida admiración que le profeso?
         Hasta que decidí acogerme a las palabras del Maestro en el evangelio de Juan:
El que habla por su cuenta busca su propia gloria; pero el que busca la gloria del que le ha enviado, ése es veraz, y no hay impostura en él.[1]
No se trata, me dije, de lo que yo pueda deciros de mi cosecha, sino de lo que el Señor se encargue de sembrar y cosechar en mi corazón.
Y es que  es ahí, en el corazón, donde se decide la siembra de la Cruz, tal y como el Arte se ha complacido en mostrárnoslo tantas veces. Es en el corazón donde el Santo Madero extiende sus raíces. El corazón es el jardín en el que el Árbol con mayúsculas arraiga
plantado junto a arroyos de aguas, dando su fruto en su tiempo, y su hoja no cae,  y todo lo que hace prosperará[2],
tal y como canta el salmo primero.

1.- La Cruz, pabellón de infamia

Y, sin embargo, la Cruz se nos presenta en primer lugar como símbolo de opresión y  despotismo, de tortura y  crueldad. Miles de seres humanos sucumbieron a lo largo de la Historia a una ejecución en la que el sufrimiento alcanzaba  los últimos asideros de lo posible.
¿Qué clase de criatura es el hombre, me he preguntado muchas veces, para haber inventado tan descabellada forma de asesinato? ¿Qué clase de depravación de la imaginación allanó la posibilidad de un tormento tan infame?
Convertido el cuerpo por entero en una llaga, dada la flagelación previa, los condenados veían mermada su respiración hasta límites insufribles. La muerte podía tardar días en llegar, y se procuraba extremar todos los detalles vergonzantes y torturadores, entre los que la desnudez era prácticamente el más anecdótico de todos.
Es el continuo Viernes Santo de la Historia. El Viernes Santo de Auschwitz, de Siberia, de Camboya, el de nuestra Guerra Civil y su posterior represión. Es el rostro inasumible del Mal, con mayúscula, en todo tiempo y  lugar.
Es la lógica del poder, de los totalitarismos que aplastan las conciencias y prostituyen los entendimientos, hasta convertir la libertad y la dignidad humanas en simples harapos. Es la lógica de la tiranía frente a la que el Maestro nos previno:
Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos y los grandes las oprimen con su poder.[3]
Es el misterio de la iniquidad que anonada y rebela, que hace que nuestro grito se eleve tantas veces contra Dios por permitir un universo en el que se alza por doquier la cruz de la injusticia y de la muerte. Así lo hacía Dámaso Alonso en su inolvidable poema “Insomnio”, gestado en los días de nuestra post-guerra sin que aún hubieran callado los cañones de la II Guerra Mundial. Dámaso ve en cada ser humano un cadáver en potencia, y exige cuentas al Creador:

(…)

Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día,
las tristes azucenas letales de tus noches?[4]

El grito de Dámaso es el grito del Cardenal Carlo Maria Martini en el mismísimo Auschwitz, que nos dará la clave para continuar:
¿Por qué? ¿Por qué la muerte, la crueldad gratuita? ¿Por qué no acaba tanto mal? ¿Por qué la violencia que de aquí pasa a Bosnia, Rwanda, Burundi, Sudán, Zaire? ¿Por qué la bestialidad humana?... Preguntas que no pueden aplacarse desde el momento en que, penetrando en el absurdo, no pueden encontrar respuesta satisfactoria. Surge entonces la necesidad de invertirlas, de renunciar a plantearse preguntas para escuchar las que nos dirige Dios. Empezamos a calmarnos sólo cuando nos decidimos a escuchar a Dios, que nos interpela y nos habla.
Porque, como concluye el cardenal,
también en el misterio del mal, en el corazón de ese mismo misterio, se revela la gloria divina[5].
Y es que el Dios de nuestra fe no es ningún titiritero. Todopoderoso, sí, pero con decidida vocación de renunciar a su poder en favor de la libertad de su universo y, dentro de ella, en favor de la libertad humana.
Un mundo sin mal sería un mundo sin libertad. Un mundo en el que la mano de Dios se hiciera patente en cada acto, en cada respiración, sin permitir que el pulso de la Creación latiera con autonomía, no sería mundo: sería, en efecto, un teatro de guiñoles.
El Mal, duele decirlo, es necesario para que el mundo sea libre. El Mal es la consecuencia indefectible de un mundo lanzado a andar por un Padre de Libertad que, si decidiera controlar exhaustivamente las fuerzas del universo, sería benefactor, sí, pero no sería Padre, porque todo buen padre, si lo es, sabe que su hijo, como decía Tagore, debe ser la flecha y él sólo el arco.
Y para nosotros, los que contemplamos a Aquel al que traspasaron, en el Mal se revela, en efecto, la gloria divina, porque fue en el centro mismo del Mal, en la Cruz de nuestra infamia, donde su poder quedó doblegado. Fue en el cimiento mismo del pecado y, por tanto, de la muerte,  donde explosionó la carga liberadora de la Redención.
Dios se hace el primer sufridor del Mal. Elie Wiesel, víctima del horror nazi, narra la siguiente anécdota y reflexión, tan terrible como luminosa:
Las SS colgaron a dos hombres judíos y a un joven delante de todos los internados en el campo de concentración. Los hombres murieron rápidamente, la agonía del joven duró media hora. ¿Dónde está Dios? ¿Dónde está?, preguntó uno detrás de mí. Cuando después de largo tiempo el joven continuaba sufriendo, colgado del lazo, oí otra vez al hombre decir: ¿Dónde está Dios ahora? Y en mí mismo escuché la respuesta: ¿Dónde está? Aquí está:¡colgado del patíbulo![6]
Pero por mucho que Dios lo haya santificado siendo su reo, cuesta, cuesta asumir el rostro del Mal. Por eso, Santo Madero,






bajo tu sombra mi sed aúlla,
mi sed  desespera,
mi sed clama y escala por ti en busca del cielo que cierre su interrogación.
Apágala, Cruz, apágala, pronto,
que se cuaja mi sangre y duele y me resquebraja,
y sólo queda la noche del páramo, aquí,
 en el filo helado de la Historia,
donde un niño te pregunta con mi voz,
te pregunta, Cruz,
por el llanto de los animales mansos,
por la llaga de los hogares  profanados,
por el rostro amarillo de los tiranos que nos coleccionan como muñecos entre los dedos,
te pregunta, Cruz,
por las horas de la ciénaga,
por el silencio devastado de las tumbas sin nombre,
por los huesos olvidados de los corderos sin culpa,
por tanta huella inocente perdida bajo tu sombra,
oh, Cruz,






lábaro cruel y bárbara bandera
que abreva por la sangre su alimento,
tumba del aire y costra y fundamento
del sueño que se angosta en calavera.

¿De dónde tanta muerte en tu ladera,
de dónde tanta cal en tu tormento,
de dónde tu guadaña al tibio aliento
del Hombre por quien vuela primavera?

Mas atiende, mortal, la dulce vena
que asciende por el tronco verdecido,
de pronto, sobre el yermo de la arena.

Atiende, oh, mortal, y aprende herido
que la muerte en la muerte se condena:
que el Árbol a sí mismo se ha vencido.


2.- El Árbol a sí mismo se ha vencido

2.1.- La Cruz vence a la cruz

Sí: el Árbol a sí mismo se ha vencido. La Cruz vence a la cruz. La muerte derrota a la muerte. Mors mortem superavit.  Cristo se introduce en el centro mismo del Mal y, en él y desde él, lo deja inservible. El triunfo pascual se gesta por la cruz y ya en la cruz.

Decía Chesterton que la sabiduría cristiana es  paradójica. Qué mayor paradoja que la Cruz. Cristo nos gana a través de la pérdida. A través de la humillación, gesta su gloria. Así proclamamos a nuestro Dios: un Dios que asume la debilidad para ganar el pulso de la Historia. Si los grandes de la tierra apuestan por los tronos de la dominación, Jesucristo apuesta por un trono destinado a esclavos y bandidos, a la escoria social. Como nos recuerda nuestro llorado José María González Ruiz,
Cristo se presenta en una condición o modo de existir que ha de ser concebido como cautividad y servidumbre bajo el régimen de los poderes cósmicos, de los “elementos del mundo”
(…)
Dios se deja colgar por el mundo en una cruz; Dios está sin poder y débil en el mundo, y precisamente así y sólo así está entre nosotros y nos ayuda. Cristo no nos ayuda en virtud de su omnipotencia, sino con el poder de su debilidad, de su pasión y sufrimiento[7].
Es el mensaje de San Pablo en la Carta a los Filipenses que nunca debe dejar de resonar en nuestros oídos:
Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de ello; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz. Por eso, Dios lo levantó sobre todo y le concedió el “Nombre-sobre-todo-nombre”, de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble ─en el cielo, en la tierra, en el abismo─ y toda lengua proclame: ¡Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios padre[8]!
Cómo no rendirse, cómo no arder de amor ante quien se deja consumir justamente por amor. Cómo no enamorarse de un Dios tan lejano de los dioses tronantes, de los dioses violentos, de los dioses que en la fuerza y el poder desarrollan su personalidad. Cómo no enamorarse de un Dios que se deja colgar en cruz para que el abrazo del padre al hijo pródigo se perpetúe a lo largo de los siglos.
Porque eso es la Cruz: abrazo permanente. Brazos abiertos, ofrenda perpetua. No tengáis miedo, nos advirtió Juan Pablo II, y cómo tener miedo de un Maestro que para atraernos hacia sí lo hace convertido en dulce cordero, en mansa criatura que no pretende doblegarnos a través de su omnipotencia, sino de su pequeñez, de su humildad, de su sencillez cautivadora.
Cristo es esa indefensa criatura ante la que, sin embargo, las fuerzas del Infierno jamás prevalecerán. Cristo es el signo de paz y mansedumbre que vislumbrara Isaías:





Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará.
Reposará sobre él el espíritu de Yahvé,
espíritu de sabiduría e inteligencia,
espíritu de consejo y fortaleza,
espíritu de ciencia y temor de Yahvé.
Y se inspirará en el temor de Yahvé.
No juzgará por las apariencias,
ni sentenciará de oídas.
Juzgará con justicia a los débiles
y sentenciará con rectitud a los pobres de la tierra.
(…)
Justicia será el ceñidor de su cintura,
verdad el cinturón de sus flancos.
Serán vecinos el lobo y el cordero,
y el leopardo se echará con el cabrito.
         El novillo y el cachorro pacerán juntos,
         y un niño pequeño los conducirá.
         La vaca y la osa pacerán,
         juntas acostarán sus crías,
         el león, como los bueyes, comerá paja.
         Hurgará el niño de pecho en el agujero del áspid,
         y en la hura de la víbora
         el recién destetado meterá la mano.

         Nadie hará daño, nadie hará mal
         en todo mi santo Monte,
         porque la tierra estará llena de conocimiento de Yahvé,
         como cubren las aguas el mar[9].

         2.2.- Árbol de la dulzura y de la paz

Paz, mansedumbre y dulzura, porque no nos equivoquemos: Dios no elige la Cruz para que nos deleitemos en una orgía morbosa y sadomasoquista, tal y como ha sido del gusto teológico de ciertas producciones cinematográficas que, por desgracia, han tenido más éxito del que le habría gustado a quien os habla.
         Qué queréis que os diga: ante la Cruz, yo no me complazco en contar azotes, sino  bondades. Ante la Cruz, no veo despojos de carne sino aleluyas de victoria. Cristo sufrió un tormento indecible, sí, pero, por fortuna, Viernes Santo en el Calvario sólo hubo uno, aunque, lo sé, sacramentalmente lo revivamos en cada eucaristía.
         Nosotros, los hijos de un Dios de vivos y no de muertos,  no podemos contemplar la Cruz si no la entendemos como hermana y equivalente del cirio pascual. Quizá sea cuestión de sensibilidad personal, pero haced conmigo la prueba. Entrad conmigo en San Juan. Contemplad al Señor de la Redención, al Señor de Ánimas de Ciegos, al Señor de la Vera+Cruz, nuestros crucificados muertos,  y decidme si no veis en ellos paz antes que orgía de sangre.
         Al fin y al cabo, ¿por qué les hablamos? ¿Por qué les rezamos? ¿Por qué su bendito rostro depara descanso a nuestras fatigas? ¿No se supone que en la cruz están muertos? ¿Por qué entonces nuestra intuición los sabe tan rabiosamente vivos, por mucho que sus ojos permanezcan cerrados? No vas muerto, vas dormido, dicen algunas saetas.
Sé que tienen su asomo de herejía, puesto que muerte fue y no sueño, pero la sabiduría popular intuye a la perfección cómo desde el Domingo de Resurrección, desde la Noche Santa de la Pascua, no podemos contemplar la Cruz sin abrazar confiados a la hermana muerte, que diría San Francisco, en lugar de asquearnos ante su rostro.

2.3.- El Árbol de la locura: la verdadera sabiduría

El Árbol a sí mismo se ha vencido. El signo de ignominia se convierte en sonrisa en nuestros labios. Es una locura, una bendita locura, como de nuevo San Pablo nos advirtió desde el principio de la Historia de la Iglesia:
         El lenguaje de la cruz, en efecto, es locura para los que se pierden; mas para los que están en vías de salvación, para nosotros, es poder de Dios. Como está escrito: Destruiré la sabiduría de los sabios y haré fracasar la inteligencia de los inteligentes.
         ¡A ver! ¿Es que hay alguien entre nosotros que sea sabio, erudito o entendido en las cosas de este mundo? ¿No ha convertido Dios en necedad la sabiduría del mundo? Sí, y puesto que la sabiduría del mundo no ha sido capaz de reconocer a Dios a través de la sabiduría divina, Dios ha querido salvar a los creyentes por la locura del mensaje que predicamos[10].
         Lo sabemos desde chicos: son los locos los que dicen la verdad. No podemos gloriarnos en ser cristianos si no nos reconocemos como locos. No pretendo otra cosa más que me llamen loco en este mundo, decía el poverello de Asís.
         Dado que el hombre no había conocido a Dios con la sabiduría humana, se ha presentado él con la cruz, el escándalo y la necedad[11], nos advierte de nuevo el cardenal Martini a propósito del carisma franciscano, que tanto tiene que ver con nuestro carisma de la Vera+Cruz.

         No se trata de que Dios rechace ─faltaría más─ la senda del conocimiento, pero sí nos muestra a través de la Cruz que la verdadera sabiduría está muy lejos de lo que habitualmente el hombre ha entendido como tal. La verdadera sabiduría no se cifra en la erudición o en el frío acatamiento de la Ley:
Yo, viviendo en la Ley, morí a la Ley para vivir en Dios. Con Cristo he sido crucificado[12], dice de nuevo San Pablo.
A propósito de esto, de la sabiduría entendida como mero aprendizaje y acatamiento irreflexivo de la Ley escrita, no puedo resistirme, a modo de paréntesis,  a recoger las siguientes palabras del maestro Unamuno, que apelan directamente a nuestra identidad cristiana, a qué hemos entendido a lo largo de nuestra Historia como tal:
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros y contemplamos su gloria, gloria como de unigénito del Padre. Así se dice en el prólogo del Evangelio según San Juan. Y este Verbo que se hizo carne murió después de su pasión, de su agonía, y el Verbo se hizo Letra.
O sea, que la carne se hizo esqueleto, la palabra se hizo dogma, y las aguas del cielo fueron lavando los huesos del esqueleto y llevándose a la mar sus sales (…) Porque el espíritu, que es palabra, que es verbo, que es tradición oral, vivifica; pero la letra, que es el libro, mata. Aunque en el Apocalipsis se le mande a uno comerse un libro. El que se come un libro, muere indefectiblemente. En cambio, el alma respira con palabras[13].
Cuántas veces, me pregunto con Unamuno, hemos convertido la Palabra en letra muerta. Cuántas veces nuestra resistencia a asumir que la sabiduría cristiana es sabiduría del amor y no de la letra, ha hecho que se desequen en nuestros corazones, y ante los ojos del mundo, las raíces siempre frescas de la Cruz.
La sabiduría de la Cruz sólo entiende de un dogma del que se suceden todos los demás y no al revés: el dogma del amor. La sabiduría de la Cruz debe ser manantial que brote de un corazón transformado, de un corazón que se sitúe a sí mismo, al corazón, en el centro de su objetivo.
Cruz clavada en el corazón. Cruz clavada en el centro mismo del universo, pues…

2.4.- Árbol universal
      tienen forma de cruz:
los pájaros que vuelan,
el mástil que se enarbola,
los pendones que ondean,
los pinos que echan ramas,
las sendas que se encuentran,
el fraile que predica,
el barquero que rema,
el niño al ver a la madre
y el pecador que reza
con los brazos tendidos
cual las aves que vuelan[14].

         Estos versos de Jacint Verdaguer nos sitúan a la Cruz visible y reconocible en múltiples formas, y así la ha asumido desde siempre la Humanidad. Como nos recuerda el investigador René Guénon,

         la cruz es un símbolo que se encuentra casi en todas partes y desde los tiempos más remotos; el hecho de que sea común a casi todas las tradiciones parece indicar su vinculación directa con la Gran Tradición Primordial[15],

con la sophia perennis, esto es, con la tradición unánime de toda la Humanidad.

         La Cruz ha sido intuida como eje y asiento de la sabiduría divina en infinidad de pueblos y culturas, antes y después de Jesucristo, que han hecho de ella signo cenital de sus intuiciones metafísicas, desde la complementariedad de los contrarios hasta la multiplicidad de los estados del ser.

         La Cruz la forman el Meridiano 0  y el Ecuador. La Cruz implica arraigo en la Tierra y vuelo hacia el Cielo. La cruz supone impulso horizontal (el del hombre hacia el hombre) y vertical (el del hombre hacia Dios).
Culturas antiguas sin contacto entre sí compartían la cruz, que jugaba un papel primordial, por ejemplo, en la sabiduría hindú, egipcia, celta o precolombina.

Y es que Dios se vale siempre, en su comunicación con el hombre, de signos que a éste le sean  reconocibles, y mediante la Cruz escogió uno incrustado a fuego en el ADN de la Humanidad, y así la Cruz, presente en todas las culturas, se alzó definitivamente en nombre de Aquel que, no en vano, no vino a eliminar la diversidad cultural, sino a consagrar la virtud de la pluralidad en la unicidad del Amor.

Todas las cruces de la Humanidad convergieron en la Cruz de nuestra fe,  la de la Redención universal sin distinción de pueblos, idiomas ni fronteras, de modo que en Cristo crucificado todo hombre y toda mujer pudieran reconocer lo que ya vislumbraban a través de sus propios caminos espirituales, pues ésta es la grandeza del credo cristiano: no solamente no entra en contradicción con las intuiciones primordiales de las grandes tradiciones metafísicas, sino que cobra aún más brillo a la luz de estas, en una simbiosis perfecta que debe resolverse siempre en una inmensa acción de gracias, por la infinita riqueza con la que Dios ha hablado a su mundo para comunicarle la riqueza aún más infinita de su amor.

Por eso, Cruz, te alabamos,

porque te sostienen las laderas ocultas y las manifiestas,

porque te alzas sobre selvas y desiertos,

porque te elevan manos de todo color, unánimes en el sudor de la Verdad,

y todo pueblo cabe bajo tu sombra,

y toda lengua es capaz de tu idioma,

y todo corazón tiene su carne abierta para tu arraigo,

Árbol universal,

Árbol de todos los hombres y todos los tiempos,

Árbol inagotable para el que los océanos disponen sus aguas

mientras los vientos anhelan el roce de sus alas,

         Árbol perenne,

         Árbol infinito,

         Árbol que abraza en unidad

         a la humanidad que se reconcilia bajo su sombra,

         oh, estandarte de Paz entre las naciones,

         perpetuo manantial del universo.

        

2.5.- Árbol de la Belleza

Dinos, Cruz, ¿cómo de la consideración inicial de tu infamia hemos ido desembocando poco a poco en salmos en tu alabanza?  Así es, insisto, la sabiduría de nuestro Dios: paradójica, contradictoria, inesperada, sorpresiva, dinámica, creativa y loca, sí, lo repito, loca en la locura del Amor.

Porque ahora, Cruz, quiero considerarte como Árbol de Belleza: Árbol que ha inspirado a los artistas, que ha desatado la lengua de los poetas.

Bella. Te canto bella y pequeña en los cuellos y en las pulseras.

Bella. Te canto bella y generosa en los campos, en las cumbres, en las encrucijadas.

Bella. Te canto bella y silenciosa en la paz de las tumbas, las tumbas sencillas, las tumbas que no tienen más adorno que el tuyo.

Bella. Te canto bella y erguida coronando los retablos en la penumbra de las iglesias, en los claustros de los conventos, en el encanto diminuto de las ermitas.

Bella. Bella porque nunca te impones, siempre te sugieres. Bella porque no te casas con la espada, sino que la sustituyes y la oxidas.

Bella. Bella porque bellas son tus alas, en vuelo que nunca acaba.


Cruz, ampárame con tus brazos abiertos, elévame con tu impulso permanente hacia las alturas y, a la vez, hazme amar y servir a esta Tierra nuestra en la que te arraigas, porque si alto es tu vuelo, hondas son tus raíces aquí, en el suelo que pisamos, suelo nuestro y suelo tuyo, suelo bendecido por tu madera.

Cruz, Madero bello, haz que en mis ojos se grabe tu silueta en esponsales de gratitud. Haz que mis brazos reproduzcan tu gesto en mi relación con el hermano y, así, tu belleza llegue a través de mi cuerpo a todos los que me rodean.

Hazme cantarte, Señor de la Cruz, como lo hiciera Gloria Fuertes, poeta de lo sencillo y de lo humilde, poeta de tu sencillez y humildad:

Cristo, creo en tu cruz
que nutre nuestra arteria.
Bebo debajo de tu trono de espinas,
duermo en tu ala siempre viva,
y no hay por qué pedirte por los hombres
porque todos los hombres están en tu memoria,
en tu luz desbordante con que nos amas sin méritos.
Sé que te desvives hasta morir, de nuevo,
en cada instante,
por los que son ingratos con los otros.
Cristo, cristal purísimo
que no se rompe nunca.
Cristo, creo en tu cruz
que nutre nuestra arteria[16].

        
        
3.- Estaba al pie de la Cruz

         Viernes de Dolores tras Viernes de Dolores, resuenan en nuestra parroquia los versículos de Juan que tan bien conocéis:

         Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa[17].

         Estabas al pie de la Cruz. La última consideración tenía que ser tuya, Señora. Tenía que contemplarte firme y doliente al pie del Árbol de la Vida, pues fue desde él y por él que nos fuiste dada como Madre.

          Madre crucificada en su corazón, rezamos en las letanías de la Corona Dolorosa. Madre traspasada por la espada, Virgen de los Dolores, Madre del Mayor Dolor, María Santísima de Lágrimas y Favores.

         Quiero contemplar con vosotros la Cruz incrustada en el pecho  de María. Quiero contemplar con vosotros la Cruz reflejada en la pureza cristalina de sus pupilas lacrimosas.

         Edith Stein, el Viernes Santo de 1938, le escribía así:

         He estado hoy junto a ti al pie de la cruz y he sentido más claramente que nunca que fuiste hecha Madre nuestra junto a ella. ¡Cómo se afana el amor de una madre terrena para llevar a cabo la última voluntad de su hijo! Tú eres la esclava del Señor. El Ser y la Vida del Ungido de Dios delatan ─porque es tuyo─ tu ser y tu vida[18].

         Eres, Señora, espejo del Amor que se derrama desde el Madero, ese Amor que se nutrió de tus entrañas, que de ti asumió su humanidad.

         Sí: la humanidad de Dios se hizo posible, Señora, por tu carne y por tu sangre, y en la hora de la Cruz, tu carne y tu sangre sufrieron con Él los dolores de parto de la Redención.

Tu alma comulgó con  la Redención de Cristo en el Calvario. Y yo, contemplándote allí, junto a la Cruz, alabo tu coraje y tu valentía, tu valor de mirar cara a cara al dolor.

Reina del Dolor te paseamos por nuestras calles. Reina de la Cruz, te proclamo hoy, porque fue a Ti a quien con predilección cobijó su sombra.

Y contemplando esa hora de la Cruz, contemplándote a Ti junto a las Santas Mujeres, me pregunto en voz alta cómo es posible que todavía nos cuestionemos la plena equiparación en la vida de la Iglesia y de nuestras cofradías entre el hombre y la mujer, si fue la mujer la que en el Calvario enarboló la bandera de la lealtad al Señor hasta las últimas consecuencias, si fueron mujeres las que acompañaron al Maestro en la hora decisiva.

Pero también tuya es la hora del gozo. Tus lágrimas lavan y purifican la infamia de la Cruz para dejarla así preparada para su conversión en Trono de la Vida.

         Es lavados por tus lágrimas que entramos en la Noche Santa de la Pascua. Es lavados por tus lágrimas que el aleluya de la Cruz brota de nuestras gargantas, para proclamar su victoria y, asociada a ella, la Tuya, Santa María de la Victoria.

         Estabas al pie de la Cruz. Tuya es su gloria.

        

4.- Final.


         Whether I flie with angels, fall with dust,
         Thy hands made both, and I am there:
         Thy power and love, my love and trust
         Make one place ev´rywhere.

         Ya vuele con el Ángel, ya caiga en el polvo,
         Los dos los hiciste con tu mano. Aquí estoy.
         Tu amor y tu poder, mi fe y mi amor
         Se habrán de hacer lugar en todas partes[19].

Había una vez un aprendiz de poeta que leía estos versos sentado en un poyete de calle San Juan, a la hora en que la madrugada comienza a rozar con sus dedos oscuros la inminencia del alba, a la hora en que las estrellas titilan de frío y sobrecogimiento ante la inminencia del día santo en el que por la pérdida fuimos ganados.
Había una vez un aprendiz de poeta que se enamoró de un cortejo en el que se invocaba al Varón de Dolores, mientras erguidos capirotes verdes comenzaban a surcar la ciudad como heraldos del Amor Herido.
Había una vez un aprendiz de poeta que quiso grabar a fuego en su corazón aquel cortejo, aquellos pasos lentos sobre las baldosas asombradas, aquella oración permanente que surcaba sus oídos hecha herida y hecha gozo.
Erais vosotros, los mismos por los que hoy he estado aquí. Erais vosotros, centellas esmeraldas sobre túnica negra.
Erais vosotros, los mismos a los que he intentado servir hoy a cambio de tanto amor recibido Madrugada de Viernes Santo tras Madrugada de Viernes Santo, y a quienes quiero dedicar mis últimas palabras, hermanos fusionados de la Santa Vera+Cruz y Sangre de Nuestro Señor.
Porque sois la balanza en la que se equilibran todos los excesos y todas las carencias de nuestra Semana Santa. Porque sois vencejos que dejan que el relente erice su nuca en vuelo hacia el Calvario, ya que la carne del hombre debe aprender la lección del frío, no os olvidéis nunca de este pobre hermano vuestro, de este pobre pecador enamorado  que nunca hará otra cosa que alabaros con sus labios.
La Cruz venció, hermanos. Quiera Dios que mis palabras os hayan servido  para hechizaros siquiera un poco con su belleza.
Y quiera Dios, hermanos, que al crepúsculo de la vida, cuando se nos examine del Amor,  su sombra esté allí para cobijarnos.
Que así sea.
Muchas gracias.



[1] Jn,7, 18
[2] Salmo Primero, en traducción de Casiodoro de Reina (1569), consultado en Libro de los Salmos, José J. de Olañeta, editor, Colección Los pequeños libros de la Sabiduría, Barcelona, 2001.
[3] Mateo, 20, 25
[4] ALONSO, Dámaso, “Insomnio”, en Hijos de la ira, en edición de: Madrid, Espasa Calpe, 2001, pág. 81
[5] MARTINI, Carlo Maria y otros autores, El absurdo de Auschwitz y el misterio de la cruz, Estella, Editorial “Verbo Divino”, 2000.
[6] Recogido por HERA, Eduardo de la, El árbol de la Cruz (150 reflexiones sobre la cruz y el crucificado), Madrid, San Pablo, 2012, págs. 64-65.
[7] GONZÁLEZ RUIZ, José María, La Cruz en Pablo: su eclipse histórico, Santander, Sal Terrae, 2000, pág.
[8] Flp, 2, 6-11
[9] Isaías, 11, 1-9
[10] 1 Cor 1, 18-21
[11] Martini, Carlo Maria, “Poder y sabiduría, debilidad y necedad de Dios. Obediencia y resistencia a la palabra de la cruz, en La cruz como raíz de la perfecta alegría: Francisco de Asís habla a los sacerdotes, Estella, Editorial Verbo Divino, 2009
[12] Gal 2, 19
[13] Unamuno, Miguel de, La agonía del cristianismo, Madrid, Alianza Editorial, 2007, pág. 44
[14] VERDAGUER, Jacint
[15] GUÉNON, René, El simbolismo de la cruz, Palma de Mallorca, José J. de Olañeta Editor, 2003
[16] FUERTES, Gloria
[17] Jn, 19, 25-27
[18] Recogido por MARTINI, Carlo Maria, “Llamados a estar con María junto a la Cruz”, en  El absurdo de Auschwitz…
[19] HERBERT, George, fragmento final del poema “The temper”, en MOLHO, Blanca y Maurice, Poetas ingleses metafísicos del siglo XVII, Barcelona, El Acantilado (Quaderns Crema), 2000.