Hay muchos estudios de la religión desde la sociología. Pero casi todos coinciden en que la religión cumple al menos dos funciones. Por un lado, sirve para legitimar el poder, y éste es el aspecto más usado por los sectores privilegiados de la sociedad. Por el otro, favorece la aceptación y resignación frente a la adversidad, ofreciendo bienes sustitutivos (llamados "bienes de salvación") para los sufrientes, los débiles, los sometidos. Ambos mecanismos aparecen como complementarios: legitima el poder de algunos, ayuda a los otros a aceptar las cosas como están.
Entre otras cosas, esta doble función de la religión se puede ver en el derecho a sacrificar, por un lado, y a aceptar el sacrificio y el sufrimiento por el otro. Lo que diferencia al sacerdote del laico, por ejemplo, en la mayoría de las religiones, es que el laico debe traer su ofrenda (que representa su esfuerzo, su trabajo, su vida misma) para que el sacerdote ofrezca el sacrificio. Esto lo podemos ver claramente en la religión del Templo en el Antiguo Testamento. Y mucho de eso ha pasado al cristianismo.
Esas diferencias de poder para "sacri-ficar" (para presidir el sacramento) es la base de la jerarquía religiosa. Por extensión, estas imágenes y prácticas religiosas se usan para justificar las diferencias de poder y el derecho a sacrificar en otros campos. Por ejemplo, en la economía y en la política escuchamos muchas veces que "el pueblo debe hacer un nuevo sacrificio" para mejorar las cosas, pero luego quienes administran ese "sacrificio" (y, como en el caso de los malos sacerdotes de Israel, se quedan con la mejor parte (1Sa 2:13-16) son los poderosos. Se piden sacrificios, pero no se reparten los beneficios. Y así, generación tras generación debe ofrecer sacrificios, pero nunca alcanzan para mejorar la situación de los humildes. Con el lenguaje religioso se justifica la explotación económica y la soberbia política.
En la teología cristiana, uno de los temas que más se usa para justificar una "teología del sacrificio" es el símbolo de la Cruz. Se nos invita a "tomar la cruz" como una forma de aceptar el sufrimiento y el sometimiento. Se nos invita a identificarnos con Cristo en la cruz como víctimas del dolor y la explotación. La teología de la cruz, así expuesta, ha sido usada para construir una teología del sacrificio que nos ha familiarizado con el sufrimiento, con la resignación. Se nos ha puesto la idea de que los sacrificios son necesarios… y ello significa que debe haber víctimas. Así nos parece lógica la idea de que si "queremos salvarnos" debe haber padecimiento y muerte.
Esto sirve también, de alguna manera, para exculpar a los ejecutores, a los que piden e imponen los "sacrificios". Después de todo, dirán, estamos haciendo lo necesario, estamos cumpliendo con la voluntad divina. Estamos asegurando "el plan de salvación para este país, para este pueblo" (¡otra vez lenguaje religioso para asegurar motivos económicos y políticos!). Y para que las víctimas aceptemos su poder y su dominio, y sus planes como algo necesario.
En los textos bíblicos el teólogo de la cruz por excelencia fue San Pablo. Sin embargo él señala que la Cruz no está para justificar los sacrificios y la práctica del poder sino todo lo contrario. Es la muestra definitiva que por ese camino no se llega a Dios. Esa cruz es la muestra de la insensatez del poder, por que se estaba sacrificando, ni más ni menos, que al Señor de la vida. Pablo enseña, en cambio, la sabiduría de Dios, "que ninguno de los príncipes de este mundo conoció, porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria". Cuando sacrifican, no están procediendo según la sabiduría divina, sino todo su contrario. Los que sacrifican proceden con un saber humano que no trae ni justicia ni salvación, sino sufrimiento y muerte. Dios quiere conocimiento de Dios más que holocaustos; no sacrificios, sino mise-ricordia. Así lo dice el profeta Oseas (6:6), y lo citará también Jesús dos veces (Mt 9:13 y 12:7).
En el himno de Fil 2:6-11 hay otra referencia importante a la cruz. Cristo va a poner en juego su condición de sujeto humano desde el lugar del esclavo. En la historia real, la verdadera des-humanización, la más frecuente destrucción de la identidad humana real y concreta se produjo por los procesos de opresión, de los sometimientos, de las esclavitudes, negaciones y exclusiones a la que han sido sometidos los/las débiles, los/las vencidos/as, los/las humildes. Cristo no se encarna "en un hombre", sino que se encarna en un esclavo que no renuncia a ser un hombre.
Efectivamente, Jesús, el Cristo, es un marginal del poder. Es un hombre pobre en un pueblo sometido. Es un campesino sin erudición, fortuna ni prestigio en un mundo gobernado por hombres urbanos, ricos y que hacen ostentación de honras y abolengo. La referencia a la muerte de cruz refuerza y explica el hecho de que el Cristo se hace humano en quien sufre la suerte de un esclavo. Por que Cristo muere la muerte de un esclavo. Esa muerte sólo es posible por la condición de esclavo (de cautivo, de sometido) en la cual se encuentra el Cristo humano. Pues Pablo no ignora —muy pocos en su sociedad podían ignorarlo— que la muerte por crucifixión solo se aplicaba a acusados de sublevación, esclavos o gentes provenientes de pueblos sometidos o de clases subalternas. La alusión a la muerte en la cruz no es una redundancia que carece de importancia. La muerte de Jesús en la cruz muestra que efectivamente Cristo es alguien cuya humanidad es negada por otros humanos con poder, riqueza y prestigio. La humanidad del Cristo es la de un excluido, la de alguien a quien se le pretende negar su identidad humana.
Pero la muerte en la cruz no era la muerte de todos los esclavos, sino la muerte de los esclavos rebeldes, de quienes se han negado a aceptar el sometimiento como la última palabra. No es la muerte del esclavo obediente y sumiso, de la sierva complaciente, del dominado que acepta su suerte como un sino del destino. Es la condena a una muerte degradante infligida como castigo y ejemplo a quienes no aceptan someterse a la voluntad de los poderosos. Es la vocación de Jesús a mantener su condición humana aún en la muerte. No muere simplemente como el esclavo, sino como el esclavo que no renuncia a su voluntad y dignidad. Que no renuncia a su condición humana. Cristo se hace obediente, y obediente hasta la muerte. Pero no obediente a las potencias que deshumanizan, sino obediente a su condición humana plena, que es la voluntad de Dios. Por ser obediente a Dios muere la muerte de los desobedientes.
Por eso, la cruz no justifica, sino que denuncia a los que piden sacrificios para salvarse. No nos salvamos siendo víctimas, ni soportando sufrimientos: lo que importa es la condición humana que todos tenemos, y especialmente los excluidos. Jesús se muestra humano hasta la muerte, no para que los poderosos puedan seguir pidiendo sacrificios, sino para afirmar la dignidad humana de todos, para que no haya más víctimas, y la verdadera religión no justifique más opresiones, sino la búsqueda del conocimiento de Dios que obra misericordia y justicia.
Entre otras cosas, esta doble función de la religión se puede ver en el derecho a sacrificar, por un lado, y a aceptar el sacrificio y el sufrimiento por el otro. Lo que diferencia al sacerdote del laico, por ejemplo, en la mayoría de las religiones, es que el laico debe traer su ofrenda (que representa su esfuerzo, su trabajo, su vida misma) para que el sacerdote ofrezca el sacrificio. Esto lo podemos ver claramente en la religión del Templo en el Antiguo Testamento. Y mucho de eso ha pasado al cristianismo.
Esas diferencias de poder para "sacri-ficar" (para presidir el sacramento) es la base de la jerarquía religiosa. Por extensión, estas imágenes y prácticas religiosas se usan para justificar las diferencias de poder y el derecho a sacrificar en otros campos. Por ejemplo, en la economía y en la política escuchamos muchas veces que "el pueblo debe hacer un nuevo sacrificio" para mejorar las cosas, pero luego quienes administran ese "sacrificio" (y, como en el caso de los malos sacerdotes de Israel, se quedan con la mejor parte (1Sa 2:13-16) son los poderosos. Se piden sacrificios, pero no se reparten los beneficios. Y así, generación tras generación debe ofrecer sacrificios, pero nunca alcanzan para mejorar la situación de los humildes. Con el lenguaje religioso se justifica la explotación económica y la soberbia política.
En la teología cristiana, uno de los temas que más se usa para justificar una "teología del sacrificio" es el símbolo de la Cruz. Se nos invita a "tomar la cruz" como una forma de aceptar el sufrimiento y el sometimiento. Se nos invita a identificarnos con Cristo en la cruz como víctimas del dolor y la explotación. La teología de la cruz, así expuesta, ha sido usada para construir una teología del sacrificio que nos ha familiarizado con el sufrimiento, con la resignación. Se nos ha puesto la idea de que los sacrificios son necesarios… y ello significa que debe haber víctimas. Así nos parece lógica la idea de que si "queremos salvarnos" debe haber padecimiento y muerte.
Esto sirve también, de alguna manera, para exculpar a los ejecutores, a los que piden e imponen los "sacrificios". Después de todo, dirán, estamos haciendo lo necesario, estamos cumpliendo con la voluntad divina. Estamos asegurando "el plan de salvación para este país, para este pueblo" (¡otra vez lenguaje religioso para asegurar motivos económicos y políticos!). Y para que las víctimas aceptemos su poder y su dominio, y sus planes como algo necesario.
En los textos bíblicos el teólogo de la cruz por excelencia fue San Pablo. Sin embargo él señala que la Cruz no está para justificar los sacrificios y la práctica del poder sino todo lo contrario. Es la muestra definitiva que por ese camino no se llega a Dios. Esa cruz es la muestra de la insensatez del poder, por que se estaba sacrificando, ni más ni menos, que al Señor de la vida. Pablo enseña, en cambio, la sabiduría de Dios, "que ninguno de los príncipes de este mundo conoció, porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria". Cuando sacrifican, no están procediendo según la sabiduría divina, sino todo su contrario. Los que sacrifican proceden con un saber humano que no trae ni justicia ni salvación, sino sufrimiento y muerte. Dios quiere conocimiento de Dios más que holocaustos; no sacrificios, sino mise-ricordia. Así lo dice el profeta Oseas (6:6), y lo citará también Jesús dos veces (Mt 9:13 y 12:7).
En el himno de Fil 2:6-11 hay otra referencia importante a la cruz. Cristo va a poner en juego su condición de sujeto humano desde el lugar del esclavo. En la historia real, la verdadera des-humanización, la más frecuente destrucción de la identidad humana real y concreta se produjo por los procesos de opresión, de los sometimientos, de las esclavitudes, negaciones y exclusiones a la que han sido sometidos los/las débiles, los/las vencidos/as, los/las humildes. Cristo no se encarna "en un hombre", sino que se encarna en un esclavo que no renuncia a ser un hombre.
Efectivamente, Jesús, el Cristo, es un marginal del poder. Es un hombre pobre en un pueblo sometido. Es un campesino sin erudición, fortuna ni prestigio en un mundo gobernado por hombres urbanos, ricos y que hacen ostentación de honras y abolengo. La referencia a la muerte de cruz refuerza y explica el hecho de que el Cristo se hace humano en quien sufre la suerte de un esclavo. Por que Cristo muere la muerte de un esclavo. Esa muerte sólo es posible por la condición de esclavo (de cautivo, de sometido) en la cual se encuentra el Cristo humano. Pues Pablo no ignora —muy pocos en su sociedad podían ignorarlo— que la muerte por crucifixión solo se aplicaba a acusados de sublevación, esclavos o gentes provenientes de pueblos sometidos o de clases subalternas. La alusión a la muerte en la cruz no es una redundancia que carece de importancia. La muerte de Jesús en la cruz muestra que efectivamente Cristo es alguien cuya humanidad es negada por otros humanos con poder, riqueza y prestigio. La humanidad del Cristo es la de un excluido, la de alguien a quien se le pretende negar su identidad humana.
Pero la muerte en la cruz no era la muerte de todos los esclavos, sino la muerte de los esclavos rebeldes, de quienes se han negado a aceptar el sometimiento como la última palabra. No es la muerte del esclavo obediente y sumiso, de la sierva complaciente, del dominado que acepta su suerte como un sino del destino. Es la condena a una muerte degradante infligida como castigo y ejemplo a quienes no aceptan someterse a la voluntad de los poderosos. Es la vocación de Jesús a mantener su condición humana aún en la muerte. No muere simplemente como el esclavo, sino como el esclavo que no renuncia a su voluntad y dignidad. Que no renuncia a su condición humana. Cristo se hace obediente, y obediente hasta la muerte. Pero no obediente a las potencias que deshumanizan, sino obediente a su condición humana plena, que es la voluntad de Dios. Por ser obediente a Dios muere la muerte de los desobedientes.
Por eso, la cruz no justifica, sino que denuncia a los que piden sacrificios para salvarse. No nos salvamos siendo víctimas, ni soportando sufrimientos: lo que importa es la condición humana que todos tenemos, y especialmente los excluidos. Jesús se muestra humano hasta la muerte, no para que los poderosos puedan seguir pidiendo sacrificios, sino para afirmar la dignidad humana de todos, para que no haya más víctimas, y la verdadera religión no justifique más opresiones, sino la búsqueda del conocimiento de Dios que obra misericordia y justicia.
Autor: P. Roberto
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