Cruz resuelta
Cruz de Malta
Cruz esbelta
Cruz tan alta
Cruz perfecta
Cruz de tantas
Cruz selecta.
Tú mi Cruz,
Tú mi Vera,
Tú mi Dios,
Tú mi espera…
Resonó la hora del volver al Misterio de la Cruz, es fundamental volver a los orígenes, a la causa primera de todas las cosas, porque allí es donde Dios habla y el hombre, escucha y contempla. La historia de la salvación no es un camino recto, es una senda que rodea y serpentea alrededor de la Cruz de Cristo: como símbolo en la creación, como imagen profética en el Antiguo Testamento, como pena y miseria en la vida terrena de todos los bautizados, como corona sobre la cabeza de los Bienaventurados…
Voy a cantar las glorias de mi Dios a través del signo de la Cruz, ese símbolo descarnado que sostuvo al Verbo, ese símbolo que me representa a Cristo y me lleva a Él haciéndome su hija, cuando cargo mi cruz o me subo a su Cruz y me clavo con Él para morir por Él y vivir en Él.
Por eso ofrezco mis torpes palabras en íntima oración al Santísimo Cristo de la Vera+Cruz y Sangre y a su Madre, Nuestra Señora del Mayor Dolor para que me guíen y me iluminen y hagan de mis palabras y sentimientos sus medios para llegar a vosotros.
Señor Hermano Mayor,
Miembros de la Junta de Gobierno de estas Reales Cofradías Fusionadas,
Cofrades y hermanos todos
Gracias Eduardo por tu presentación y tu cariño, ese que me has demostrado durante estos cuatro años trabajando a tu lado, ya te lo he dicho más de una vez, ha sido un placer y estaré a tu disposición siempre que me necesites.
Espero que me disculpéis ya de entrada. No soy merecedora de recoger el bagaje de estas consideraciones. Me precedieron muy buenos oradores y mejores teólogos y me temo que mis conocimientos sobre la cruz son ínfimos para poder exponerlos. Por eso, he tomado una estructura que literaria y religiosa os será muy reconocible y mucho más fácil para mi también.
Veréis, a mí la Cruz como tal, la cruz de mi Dios, llegó de la mano de una cruz muy personal y muy chiquitita entonces, mi hijo. Tuve la enorme suerte de superar aquella cruz en muy poco tiempo y con mucha facilidad, sobre todo gracias a la fe de otros, porque he de reconocer que entonces estaba yo bastante “desperdigada” en asuntos religiosos.
Aquella cruz pequeñita, que me ha dejado un tatuaje precioso en el corazón, porque las heridas buenas se convierten en tatuajes, me trajo de su mano una cruz mayor, la Cruz arbórea de mi Cristo de la Vera+Cruz, y aunque entonces no la entendía tanto como ahora (¡y me queda mucho por aprender!) lo cierto es que me sentía en deuda con Él y así me dejé guiar por este Árbol de la Vida que es mi Dios.
El hecho es que son casi 12 años los que llevo acompañándole y para mí la palabra Cruz se identifica con nuestro Vía Crucis.
Y aquí es donde quería llegar. Los cofrades fusionados sabemos lo duro que se hace un Vía Crucis a esas horas casi intempestivas, por eso, hoy quiero disfrutarlo con aquellos que como yo lo han vivido o lo viven cada madrugada del Viernes Santo…en cuanto a aquellos que lo desconocen, permitidme que os haga de cicerone en este Vía Crucis tan particular…
…San Juan…Las cuatro de la mañana. Madrugada del Viernes Santo. Un grupo de amigos callejea buscando un café después de haber estado alargando la noche del jueves entre procesiones y alguna que otra confidencia. Pero no hay nada abierto a estas horas. Cambian los planes y deciden recogerse como decimos los cofrades malagueños, la diferencia es que no se van cada uno a su casa, no, van todos juntos a la casa de su Padre, van…a la Iglesia de San Juan.
El silencio ruge en las naves, en la oscuridad aún se perfilan los tronos todavía engalanados del día anterior. En esta santa casa y con tantos hermanos siempre hay algo que hacer, y entre pasos, prisas, y búsquedas de última hora, se puede ver a una niña, mi carráncana preferida, Paloma, durmiendo sobre los chaquetones apilados de todos…
Un pabilo, una luz, dos velas, tres tulipas, cuatro candelabros…un amigo subido a lo alto de una escalera encendiendo la candelería de Lágrimas, otro hermano llenando con una nube de incienso toda la iglesia…son los preparativos de lo ya tantas veces preparado, repasado y casi certificado…
…elevémonos con el incienso…
…comienza nuestro particular Vía Crucis de hoy…
Jesús, en el Huerto de los Olivos.
En Getsemaní Jesús dice al Padre: «Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú». El sí al Padre, su obediencia por encima de todo, “Cristo se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. Se constata aquí la fidelidad a su misión sin importar el precio que tenga que pagar por ello.
La negación de sí mismo. La entrega total de su humanidad.
Al aceptar la voluntad del Padre, devuelve toda la divinidad que hasta entonces había en Él a la Santísima Trinidad y es en ese momento cuando sufre las tentaciones que asaltan al hombre justo en la muerte: el mérito de las buenas obras.
Pero Él sabe mejor que nadie que el amor nunca es pérdida. Cuando uno se entrega las ganancias se multiplican: es el ciento por uno.
Jesucristo acaba de confirmar el ‘sí’ a la muerte, porque la muerte no es el final y porque se muere como se vive y en todos los gestos de la vida de Jesús aparece la huella de su esperanza y confianza en Dios.
Es la misma obediencia que asumió María quien no solo la acata, sino que la vive con Él. María, la madre, quien ya dijo ‘sí’ a la vida, pero a la Vida con mayúsculas, cuando dice “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” convirtió su ‘sí’ en la causa de salvación para Ella y para todo el género humano.
Volvamos al huerto de los olivos….
Los discípulos, sus compañeros, duermen. Les había pedido que estuvieran en vela cuando sintió la angustia de lo que se le venía encima. Y ellos, duermen.
¿Cuántas veces en nuestra vida diaria pedimos ayuda a nuestros amigos y allegados en momentos de angustia y ellos duermen?
¿Y nosotros, cuántas veces estamos dormidos a los requerimientos de los demás y a los del propio Jesús?
Es una cruz. La soledad no buscada, como decía el poeta, es una cruz. Si se mira desde la óptica terrenal, es un suplicio. Si crees firmemente que nadie te ayuda o nadie está pendiente de ti es casi un castigo. El cofrade sabe bien de soledades, es más, creo que todos los cofrades nos quejamos de soledad, de soledad del hermano que no te ayuda, del que no aparece, del que nadie cuenta contigo, etc. y es en esa soledad cuando sentimos este tipo de abandono…
Señor, me cansa la vida,
tengo la garganta ronca
de gritar sobre los mares,
la voz de la mar me asorda.
Señor, me cansa la vida
y el universo me ahoga.
Señor, me dejaste solo,
solo, con el mar a solas.
El tema de la soledad lo enfocamos mal. Superado el momento de ansiedad, Jesús mostrando toda su obediencia y aceptando lo que le ofrece su Padre, se deja en las manos de Dios con toda la confianza que da un padre. Al igual que María que en su obediencia encuentra la confianza total en Dios.
Realmente nunca estamos solos, siempre está nuestro Padre celestial quien estará ahí para sacarnos entre sus brazos de la prueba que nos ha puesto. Y esto no es pura teoría, señores, es cierto, ¿O acaso no salimos más fuertes de cualquier aislamiento?
Volvamos a aquellos amigos que se quedaron en San Juan preparando la salida de Vera+Cruz….se creen solos, tienen la inmensidad de la iglesia vacía, esa misma iglesia que horas antes estaba rebosando de hermanos. Y ahora son unos pocos, casi podría contarlos con los dedos de las manos.
La oscuridad de las naves empieza a desaparecer con esas candelerías de María encendidas, como metáfora de aquel sí que dijo Ella….sin duda una Madre siempre tiene un gesto con el que consolar al niño apenado, un guiño, y la luz de la vela, que tanta intimidad da, empieza a impregnar a los corazones de los que están disponiendo el otro Vía Crucis.
Deambulan en sus quehaceres, casi no se hablan porque saben que romper el silencio que les rodea es casi romper la magia del momento, siguen trabajando bajo las miradas atentas de sus Titulares, porque nunca han estado solos.
En un rincón una de las mujeres del grupo, a pie de trono, mira embelesada por enésima vez la cara de su Madre…
En algunos lugares de América, las imágenes de Cristo crucificado muestran una llaga profunda y sangrante en la mejilla izquierda del Señor. Y cuentan que esa llaga representa el beso de Judas.
La traición. Probablemente el peor de los pecados, por eso en la Divina comedia de Dante Alighieri, los traidores están en el llamado “Pozo de los gigantes” en el Infierno. En éste último círculo hay cuatro secciones: Caína, lugar donde están aquellos que traicionan a los familiares, Antenora, donde están los que traicionan a su patria, Tolomea, los que traicionan a los amigos, y por ultimo Judea, en donde Lucifer devora las almas de Judas, Bruto y Casio.
Al discípulo traidor, le queda sólo el desprecio universal por los siglos, la “maldición de Judas”, el abismo tenebroso.
Judas era un apóstol como los demás, pero se equivocó con Jesús, esperaba de Jesús un rescate terreno y al no llegar penetra en él la desilusión, deja de creer e, inevitablemente, se vuelca en la búsqueda de aquello con lo que, ilusoriamente, se puede comprar la seguridad humana: el dinero. Claro que esto es una suposición ya que si nos atenemos estrictamente al Evangelio sólo se nos narra el pecado y la traición.
La cruz de la traición. Los traidores, siempre y en todas partes, tienen muy mala fama. De un enemigo, uno sabe quién es y cómo defenderse; en cambio es diferente si el enemigo tiene la apariencia de un amigo, si vive a nuestro lado y en nuestro corazón.
El traidor traiciona a quien quiere, a quien le favorece y en el mejor de los casos se traiciona a sí mismo, pagando las consecuencias Dios, ya que nosotros somos su templo vivo.
¿Cómo se sentiría Jesús en aquel momento?
¡Qué dolor tan intenso tuvo que sufrir cuando, aún conociendo los planes que Dios tenía para Él, albergara en su corazón la esperanza de que su discípulo no le entregara!
Pero la duda se convirtió en la certeza de un beso, y así fue como en una obra de arte de amor, le dice: Judas ¿Con un beso entregas al Hijo del Hombre?
Injusticia has recibido por sentencia,
y tu escuchas, humilde, la condena,
palabras roncas que todavía resuenan
augurando dolor y penitencia.
Tu imagen tranquila, sin resistencia
a los presentes no ha dejado ajena,
tu limpia faz, ahora serena,
demuestra la divina existencia.
Reconoces que llegó ya la cita
y a ella te conduces diligente
sabiendo que es hora bendita.
Partiendo de que eres inocente
y que de tu Padre eres un servita
te diriges a ella muy paciente.
Jesús es negado por Pedro.
“En seguida cantó el gallo, y Pedro recordó las palabras que Jesús había dicho…”
Pedro tiene mi admiración. Sí, es muy simple. Pongámonos en su situación, que era para tener cuanto menos, miedo. Pero aún con su miedo, no abandona al Señor.
El miedo es propio de la naturaleza, pero la solicitud es hija de la piedad. Lo que uno teme es algo extraño; sin embargo, aquello de lo que no se puede huir es algo propio.
Si él sigue, lo hace por una devota entrega, pero la negación es algo propio de la sorpresa. Su caída es algo común, su arrepentimiento está provocado por la fe.
Ya había comenzado a arder el fuego en la casa del príncipe de los sacerdotes; y Pedro se acercó para calentarse, puesto que, una vez preso el Señor, se había enfriado también el calor de su alma. Si atendemos a la estación, no podía hacer mucho frío, pero lo cierto es que allí donde no se reconoce a Jesús, hace frío.
Dicen las escrituras que “lloró amargamente” cuando en la tercera negación Jesús le mira a los ojos…. Las lágrimas confiesan la culpa sin temor, reconocen el crimen sin el tormento de la vergüenza, no piden el perdón, pero lo obtienen porque como se dice en los Proverbios El justo empieza por acusarse a sí mismo.
Esta es una de las grandes verdades del Evangelio: el hombre solo es incapaz, absolutamente, de ser fiel. Necesita de la ayuda de Dios, Él es el que actúa, el que opera en el creyente, el que a su debido tiempo perfecciona la fe y nos prepara para la prueba.
La Cruz y la fe están íntimamente ligadas entre sí, porque la fe verdadera nos aparta de todo error y de toda opinión egoísta. Nosotros no somos el centro del mundo, sino que lo es Cristo, nosotros somos sus siervos y además sus hijos, y como dice San Agustín: ¡Por la Cruz nos hacemos Él mismo!
Dice la beata Catalina de Emmerich en sus visiones de la Pasión, que cuando Jesús era conducido a Pilatos, la Virgen, María Magdalena y Juan recorrieron todos los caminos y sitios donde el Señor se había caído o había sufrido, parándose en silencio, e incluso en el caso de María postrándose y besando la tierra donde Él había caído.
Este fue el principio del Vía Crucis y de los honores rendidos a la Pasión de Jesús aún antes de que se cumpliera.
En el horizonte cercano se ve ya la sombra alargada del madero. Pilatos va a ser el responsable de la condena en la cruz de Jesús.
Va a comenzar el calvario físico. Le quedan apenas 8 o 9 horas para morir.
La cruz de la cobardía. Pilatos fue un cobarde.
Los cristianos cofrades tenemos que ser valedores de la fe sin tapujos, sin medias tintas y con la cabeza bien alta, que tal y como se están poniendo las cosas en nuestra sociedad o defendemos nuestra parcela o perderemos lo poco que nos dejan.
Y esto, actualizado a nuestra época, es lo que se ha venido llamando “gloriarse en la Cruz”.
Cuentan de Santa Teresa de Jesús que una vez se le apareció Jesús en el paso de la flagelación y quiso la Santa que se lo pintaran tan al natural como lo había visto. Ante el cuadro ya, le dice al pintor que en el brazo izquierdo de Jesús, y a causa de la flagelación debía desprenderse un pedazo de carne, mas como el artista preguntó en qué forma debía trasladarlo al lienzo, volviose al cuadro y ya lo halló pintado…
No voy a entrar en el sufrimiento anatómico de Jesús, tenemos Ilustre Colegio de Médicos como Hermanos Mayores Honorarios. Por eso en esta estación quiero resaltar la mansedumbre de Jesús ante tanto escarnio.
¿Qué entendemos por manso?
Ser manso es una actitud de benevolencia hacia los otros, renunciando a sí mismo y llevándolo todo con dulzura. Es fortaleza para no dispararse ante las contradicciones, ante los acontecimientos o ante nuestro propio yo... es un dominio de sí.
Es vencer el mal a fuerza de bien.
La Cruz consiste precisamente en que todo sale de distinta manera a la que habíamos planeado y pensado, es, lo que no esperábamos. Se cruza en el camino de nuestros planes y proyectos. Eso es lo que rompe al Yo, y cuando mi Yo desaparece, se presenta Dios.
Y es que Dios tiene que quitarnos toda esperanza y seguridad terrenas, todo recurso a los hombres, antes de que aprendamos a buscarle y confiar sólo en Él.
…Volvamos a San Juan…hemos dejado al grupo de amigos con todo ya dispuesto.
Comienzan a llegar los nazarenos y portadores con caras adormiladas, ojerosos y el cuerpo cortado por el frío y la hora.
En un rincón de la iglesia y en proceso inverso a lo que le está sucediendo en nuestro Vía Crucis a Jesús, dos hermanos, se visten el uno al otro con la túnica de nazareno.
La parafernalia del revestimiento con la túnica, si se hace con recogimiento y siendo consciente de lo que supone se convierte en un ritual y cada uno tiene ‘sus manías’, la túnica negra, la cola subida y echada sobre los hombros (¡No vaya a arrastrar y se ensucie antes de tiempo!), y luego fajarse el esparto: “Aprieta más que me sujete bien los riñones” le dice uno al otro mientras acaricia detenidamente su viejo rosario verde y aquel que le regalaran dos amigos hace ya casi cuatro años…en la otra mano los guantes, y su particular corona de espinas, el capirote….
…La tensa espera llega a su fin…
…Los nazarenos toman silenciosamente la nave central de San Juan en fila ordenada. Los últimos pasos rápidos, la luz apagada y en la oscuridad se oye la voz del Mayordomo de la Vera+Cruz leyendo la primera estación.
Un gozne y una llave hacen chirriar las puertas de San Juan como fanfarrias dolorosas a su muerte y la luz de la farola de la esquina inunda levemente la rampa…empezamos a andar.
Vamos a dar testimonio de nuestro más absoluto dolor pero con la tranquilidad que da la esperanza. Silencio y respeto…comienza el desfile…
Mi Cruz Guía es mi norte, mi brújula, como nos contó un amigo esta Cuaresma. He de seguirla con la certeza de que me llevará a mejor destino y a un destino cierto.
Giro la cabeza y me despido de mi Madre que se queda entre las naves viendo como su Hijo parte solo. Esta vez no nos acompaña, pero sabe que nosotros no le dejaremos porque si algo se caracteriza a los verdes de siempre, como así nos llamamos de forma cariñosa entre nosotros, es que somos fieles, muy fieles y leales.
Podremos discutir, discrepar e incluso enfadarnos seriamente, pero a la voz de su Mayordomo se aúnan y responden “Sí, mi mayordomo” como a mi me enseñaron mis antecesores en el cargo y como he podido comprobar en mi persona en estos años al frente de ellos.
Tengo entre todos ellos a una guerrera de ojos claros que me ha dado más de un disgusto pero que también me ha dado siempre la alegría de volver a encontrarme con ella después de cada disensión, es una auténtica amazona que ha sido capaz de batirse por esta sección en duelos cruentos pero que tiene una nobleza de corazón que me hace rendir mi cabeza en reconocimiento.
Y esa fidelidad es la que nos sigue poniendo delante de nuestro Señor de la Vera+Cruz cada primavera.
…Salimos a la calle orgullosamente erguidos bajando San Juan y justo en la esquina…embocando la salida a la Plaza de Félix Sáenz…
¡Oíd!
Una oración se alza en el silencio, no son los lectores, ni son salmos, no. Es un quejío conocido, es una hermana, mi hermana grande, que bajo su túnica y su capirote reza en voz alta por nosotros cantando una saeta. ¡Qué mejor trino p’a mi Cristo que un ruiseñor de su jardín!.
La cruz es el símbolo de todo lo difícil y pesado, y que resulta tan opuesto a la naturaleza que, cuando uno toma esta carga sobre sí, tiene la sensación de caminar hacia la muerte.
Esta es la carga que ha de llevar diariamente el discípulo de Cristo. Hay que morir con Cristo y resucitar con Él: morir con la muerte del sufrimiento que dura toda la vida, con la negación diaria de sí mismo.
Esta fuerza salvadora de la Cruz ha traspasado la propia palabra “Cruz” y se ha convertido en esa fuerza vivificadora y formadora a la que llaman la Ciencia de la Cruz. La Cruz no es un fin en sí misma, ella se eleva y empuja hacia lo alto. Por eso no es solamente un símbolo, sino el arma poderosa de Cristo, el cayado del Pastor.
Maltratado y afligido,
No abrió la boca,
Como cordero llevado al matadero
Como oveja muda ante los trasquiladores….
Le tomamos el relevo a nuestra saetera y seguimos el camino…la voz de los lectores resuenan en la mente y las entrañas y es cuando el momento de introspección y recogimiento hacen mella en cada uno de nosotros.
Perdonadme que haga un inciso aquí, sé que no es lo propio pero independientemente de los lazos filiales que me unen a él no puedo ni quiero dejarle de reconocer el trabajo que año tras año ha venido realizando nuestro lector más veterano en edad y en antigüedad, que da la casualidad que es mi padre, sí, y a mucho orgullo. Yo lo he visto año tras año con su librito de lecturas como con un auténtico tesoro: las ha cuidado, mimado, mejorado y perfeccionado con más esmero casi…¡que a mi propia madre!, por eso se rompe con ellas o sube al cielo, por eso las llora igual que las clama, por eso, papá, has hecho escuela y todos los lectores de Vera+Cruz, reconocemos no sólo ya tu voz sino los gestos que haces a escondidas con las manos en el altar mayor de la Catedral indicándonos si más fuerte, si más bajo o simplemente el número de estación que toca leer, aunque la verdad, es que nos pones de los nervios a casi todos.
Una antigua tradición narra que, abierto a la gracia, Cireneo se convirtió y fue bau¬tizado en la fe de los que estaban en "el camino" que era como se llamaban entonces a los seguidores de Jesús.
En esto se lanzó una encarnizada persecución contra los cristianos, cayendo él en la redada y llevándolo a juicio. Testimonió su fe en el nombre cristiano y lo hizo con valentía.
-Simón de Cirene, ¿prefieres entonces la muerte que renegar de ese nazareno?
-Prefiero la muerte que renegar de mi salvador.
-Pues si así lo quieres, así lo tendrás.
Y Simón fue sentenciado a morir.
-Por cierto, ¿no fuiste tú quien ayudó a ese condenado a llevar la cruz?, -interrogó el juez.
-Si, fui yo, aunque indigno, -precisó Simón.
-Pues te condeno a su misma pasión y en el mismo lugar.
Simón fue flagelado y obligado a llevar la cruz has¬ta el lugar del suplicio. El camino se le hacía infinito. Ex¬hausto, sucumbía ante el peso del madero. Entonces, unas manos aliviaron su carga. Simón levantó la mirada y con emoción susurró:
-¡Jesús, Maestro, has venido!
-Tenía que hacerlo, Simón; tú me socorriste cuando yo estaba en aflicción.
Ya dijo Gerardo Diego que el mayor Cireneo está en el Sagrario…
Ya no es posible que siga
Jesús el arduo sendero.
Le rinde el plúmbeo madero.
Le acongoja la fatiga.
Mas la muchedumbre obliga
a que prosiga el cortejo.
Dure hasta el fin el festejo.
Y la muerte se detiene
ante Simón de Cirene,
que acude tardo y perplejo.
Pudiendo, Jesús, morir,
¿por qué apoyo solicitas?
Sin duda es que necesitas
vivir aún para sufrir.
Yo también quise vivir,
vivir siempre, vivir fuerte.
Y grité: -Aléjate, muerte.
Ven Tú, Jesús cireneo.
Ayúdame, que en ti creo
y aún es tiempo de ofenderte.
Simón de Cirene te enseña que, cuando ayudas por obligación, sin estar muy convencido de tu acción, el dolor ajeno te es pesado de llevar. Avanzas lento y tienes las dos manos ocupadas y no puedes tender una al hermano.
Cuando devuelves la carga, el hermano siente un sabor amargo…
Pero cuando eres cireneo por amor, cuando decides ayudar aunque sea un pequeño trecho, la carga es más ligera quedándote una mano libre para sostener al hermano y avanzar juntos. Y así, cuando la devuelves, ésta resulta más liviana, porque el amor, aligera las cargas y las deja perfumadas de dulces recuerdos.
Jesús siempre pone un cireneo en el camino del que sufre, pero respetando su libertad. Cada “cireneo” es libre de aceptar o no. Todos caminamos en este “valle de lágrimas” con una mochila de soledad, tristeza y miseria… pero también, todos hemos sido invitados a ser cireneos.
Dicen las escrituras que las mujeres lloraron al ver su aspecto.
El es el "árbol verde", árbol de vida eterna. Nada podrán contra Él los embates enemigos.
Ajado, recobrará su lozanía; cortado, retoñará; arrancado de raíz, volverá a nueva vida en la resurrección. Pero los que no viven de Él, los que no participan de su vida, ¿qué será de ellos?
La única vida verdadera y eterna es la suya: Vida que Él ha recibido del Padre, como Unigénito engendrado desde toda la eternidad, y que Él ha venido a comunicar a los hombres para que sean salvos.
Para estar en la corriente de esa sobrenatural y divina comunicación, es preciso estar "injertados" en Él, "árbol verde".
Sólo así será posible vencer en el combate de la vida, porque "no hay salvación para el hombre sino en Cristo", y, para ir en pos de Cristo, no hay otro modo sino "tomar la propia cruz y seguirle".
Dulce leño que con dulces clavos sostienes dulce peso.
Desenlace cruelísimo y sangriento de la Divina Tragedia.
Al verlo así, tendido, cara al cielo, sobre el patíbulo y clavado en él, recordamos la visión del Pesebre de Belén.
Entre las pajas de aquella cuna y el leño de la Cruz, no hay sino una diferencia de grados: Aquéllas eran de madera tierna para el cuerpo de niño; ésta es madera fuerte para el cuerpo de un hombre.
Es el mismo estado de impotencia a la que queda reducida la Omnipotencia Divina: allí, ligada por los pañales; aquí, aprehendida por los clavos.
Igual es la mudez que sella los labios de Cristo: allí, por la infancia balbuciente; aquí, por la mansedumbre sufriente del Cordero Divino.
Idéntico es el mensaje de Amor y de Verdad que se nos da, sin palabras, envuelto en la carne adorable del Hijo del Hombre; carne aquélla rosada y palpitante de vida nueva; carne ésta atormentada y lacerada, como la del pecho del pelícano, para darnos vida eterna.
Y en uno y otro momento, resplandece a los ojos del cielo y de la tierra, en aquel Cuerpo Divino, la condición de Hostia pura, ofrecida al Eterno Padre "voluntariamente", de suerte que no declina, sino que triunfa y resplandece, en su suplicio, su Divina Realeza.
Eran más o menos las 12 y cuarto del mediodía cuando Jesús fue crucificado y en el mismo momento en que se elevaba la cruz, en el Templo resonaba el ruido de las trompetas anunciando la inmolación del cordero Pascual.
Fueron muchos los que recordaron las palabras de Juan Bautista: “He aquí el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo”.
Cuando enclavaron la cruz en su base, se hundió en el hoyo de una roca con gran ruido. La tierra tembló. El infierno mismo se estremeció de terror al sentir el golpe de la Cruz.
La Sagrada Cruz se elevaba como aquel otro árbol de vida en el Paraíso y de las llagas de Jesús corrían sobre la tierra cuatro arroyos sagrados para fecundarla y hacer de ella el nuevo paraíso del nuevo Adán.
Jesús promete su reino al buen ladrón.
En la Iglesia Ortodoxa Rusa, tanto las cruces como los crucifijos se representan con tres barras horizontales, la más alta es el titulus crucis (la inscripción que Poncio Pilatos mandó poner sobre la cabeza de Cristo en latín, griego y hebreo), la segunda más larga representa el madero sobre el que fueron clavadas las manos de Jesús y la más baja, oblicua, señala hacia arriba al Buen Ladrón y hacia abajo al Mal Ladrón.
El relato apócrifo de José de Arimatea habla del popularmente llamado Buen Ladrón como un lascivo e irreverente posadero de Galilea que daba las riquezas de los poderosos a los pobres.
También en los apócrifos se narra que, durante La Huida a Egipto, José y María pidieron cobijo en la casa donde residían Dimas y los suyos, y que, ante la negativa de todos, el santo impuso su decisión de ayudarlos para que no fueran capturados por la policía romana; entonces el pequeño Jesús le dijo que su acción no quedaría sin premio y que, para ello, volverían a encontrarse en un futuro.
Otros documentos lo mencionan como miembro de los zelotes y como personaje de cierta autoridad política.
De San Dimas sabemos que está en el Cielo, porque es palabra de Dios, de Gestas nada sabemos, aunque la apariencia parece indicar que murió impenitente.
Ninguno eludió su cruz, la diferencia estriba en la postura personal, de aceptación por amor a Dios o de rechazo.
Esto nos lleva a una reflexión: Cruces siempre tendremos, es el amor de Dios quien las pone en nuestro camino y Dios nunca dejará de amarnos. El tamaño de nuestras cruces será siempre el que Él considere más adecuado para cada uno.
Jesús es crucificado, la Madre y el discípulo.
Imaginaros la escena: Jesús agonizante, cubierto de sangre y de sudores agónicos, desfigurado su rostro por la fiebre y los golpes, y entumecido por intenso dolor…
La pasión del Hijo también se ha convertido en la Pasión de la Madre.
Se nos dice en el Evangelio que María, su madre, ‘está’, cuando el verbo ‘estar’ etimológicamente significa ‘estar de pie’.
Nos la podemos imaginar estática, con los ojos perdidos vagando de visión en visión de todo lo sucedido, abrazada al madero en el que cuelga su Hijo, callada y aferrada en lo más íntimo de su corazón a las últimas angustias que desafían a su fe.
¿Es posible tan poderosa fuerza de gracia y fe para poder seguir de pie ante el que sabe Hijo de Dios y está agonizando en el fracaso? ¿Cómo era la presión interior para que todo lo que guardaba en su corazón no rompiera su sereno estar y tuviera que seguir apoyando sus esperanzas en aquel “hágase en mi según tu palabra” del principio?.
El hecho de estar erguida recuerda su inquebrantable firmeza y extraordinaria valentía para afrontar los padecimientos.
En el Calvario, a María le sostiene, la fe, suscitando la espera y el anhelo de la Resurrección.
A su lado, Juan, el único discípulo fiel de entre los que habían cenado con Él, las devotas mujeres que le habían seguido desde Galilea y los soldados de la crucifixión, indiferentes por ser auténticos sicarios, jugándose a los dados la túnica del hombre de la cruz.
Juan, siendo testigo y destinatario (representando la multitud de los futuros hijos), nos recoge en su Evangelio las tremendas palabras con las que Jesús se despedía de sus ataduras de sangre (su Madre), vaciándose, de todo lo humano para entregarlo también a los hombres. Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre.
Se ha hablado del aparente desapego de Jesús respecto a María.
Cuesta imaginar que quién mostró en su ministerio público ternuras tan grandes, no apareciera delicadamente tierno con Ella, sobre todo, al final, llamándola “¡mujer!” y no madre, en este momento de la agonía. La verdad es que llamarla “madre” entonces la hubiera herido aún más en su dolor.
Es el testamento de Cristo.
Desde la cruz nos da a su madre confirmando la entrega de la maternidad espiritual antes de partir hacia el Padre, pues María ya se había entregado en el fíat de Nazaret y con la aceptación ya había comenzado a tomar parte del drama de la Redención, porque si Cristo recapituló en sí a toda la humanidad, María es la madre de la nueva humanidad, la nueva Eva, que se nos entrega en el momento de la Cruz, al lado de su Hijo agonizante.
La aceptación y la disponibilidad es el primer paso que se exigió de Ella, el dejar y el dar libertad es el segundo. Sólo así se hace completa su maternidad.
La hora del Señor había llegado: luchó contra la muerte, y un sudor frío cubrió sus miembros, alzó la cabeza y gritó: Padre mío, en tus manos encomiendo mi espíritu.
Un grito dulce y fuerte que penetró en el cielo y en la tierra.
A continuación inclinó la cabeza y entregó su espíritu.
En ese grito se encierra todo lo que quedó sin decirse o no pudo expresarse con palabras en la vida de Jesús. Con él, Cristo vació su corazón de todo lo que lo había llenado durante su vida.
El grito de Jesús en la cruz es un grito de parto.
En aquel momento nacía un mundo al pagar la deuda de la muerte por nosotros, pecadores, a la par que su cuerpo cedía al peso sobre sus pies.
Fue pues, un grito de sufrimiento y a la vez de amor.
Y María, destrozada…
La carne de su carne, el hueso de sus huesos, el corazón de su corazón, el vaso sagrado de sus entrañas, formado por obra divina, cuerpo ahora despojado de forma y hermosura abandonado a la leyes de la Naturaleza, que ella crió y que el hombre había desfigurado por el abuso del pecado, deshecho, maltratado y asesinado.
¿Quién podría expresar los dolores de la Madre, Reina de los Mártires?
Abrámonos a aquel grito de amor, dejemos que nos conmueva hasta las entrañas, que nos cambie, de lo contrario, nuestros Viernes Santos no servirán de nada. Las rocas a las que se refiere el Evangelio son nuestros corazones de piedra, las de los hombres que nunca jamás se han conmovido, que nunca han llorado, que nunca han querido reflexionar.
Jesús sabe que la única llave que abre los corazones no es la de la amenaza, la del miedo, o la de la vergüenza, no, es únicamente el amor como ya se dice en Corintios “Es fuerte el amor como la muerte; es centella de fuego, llamarada divina”.
Se acaba de elevar el árbol de la muerte que nos llevará al camino que lleva al árbol de la vida.
Árbol fronterizo entre el pecado y el mundo sagrado de Dios.
Todos tendremos que superar este árbol y esta barrera para cruzar al Paraíso.
Ha llegado el momento de permanecer en silencio: la oración ya no necesita palabras, sino sólo la mirada que hace dar un vuelco al corazón.
El frío y la soledad aparecen y realmente sientes que estás sólo en este mundo porque tu Dios ha muerto. Y no tienes consuelo para llenar ese corazón que se ha vaciado de tanto amar.
Viendo, contemplando y meditando es cuando el hombre se pone en contacto con las entrañas de la creación y con la raíz divina de las cosas.
El helor y la humedad atraviesan la túnica como si fuera un leve paño de seda y hasta las carráncanas, este año multiplicadas en número bíblico de siete, parecen que tiemblan de miedo ante la oscuridad, el abismo y las tinieblas...
El portador pega la cara al metal hundiendo su dolor con la cruz, acomoda el peso en su hombro y cierra los ojos mientras detrás, un portador de sobrenombre ‘guardián’, que ha tomado la sección de Vera+Cruz como la suya propia, la de Ánimas, hace de Cirineo con este hermano que se funde ansiosamente al varal y del que dicen que además de peregrino ya no distingue entre el azul y el verde…
En el cielo, los vencejos cruzan el amanecer de Málaga llevando en sus sonidos el presagio del verdadero secreto que esconde la Catedral.
Un quitasangre muy especial de corazón limpio y puro, como el de una niña con alma de mujer va limpiando simbólicamente la sangre derramada del Cristo que la vio crecer arropada en los alrededores de San Juan…y en su arrastrar tranquilo llega hasta el mármol impoluto de la primera Basílica de Málaga, la Encarnación.
Sólo el toque de la campana de las andas rige la marcha del cuerpo de nazarenos;
El mayordomo de trono es otro verde leal, que ya ni peina canas de tanto que ha luchado en su vida, de alma blanca y corazón verde, será quien nos guíe buscando el motivo más importante de nuestra Estación Penitencial.
Jesús es depositado en el sepulcro.
Ha muerto la Vida. Mi Madre se ha quedado sola. Señora, déjame que llore contigo…
Por los caminos de la Amargura
(piedras de sangre, polvo de llanto)
por el sendero de los
dolores
largos, muy largos...,
sin un gemido, sin un sollozo
vuelve la Madre desde el Calvario.
Toda silencio. Mortal silencio
sella sus labios;
la frente inclina con el agobio
de su quebranto,
y en lo más hondo del alma-cielo
lleva la imagen del Hijo amado.
Y ella lo ha visto sufrir la befa
del populacho...
y era la carne de sus entrañas
la que en el leño miró sangrando...
Y así le duelen en las entrañas
los martillazos...
Y así agoniza... Que su Hijo ha muerto
crucificado.
La Madre avanza por el camino
(piedras de sangre, polvo de llanto),
y temblorosa baja el sendero
por Jesucristo santificado...
Y entre las huellas busca la huella
de aquellos pasos
que abrieron surcos de luz divina
mientras el Mártir, agonizando
se desplomaba bajo el madero
y con la angustia del fin cercano,
llora la Madre cuando desciende
desde el Calvario...
Para su pena no existe olvido,
tregua ni bálsamo...
Y si remembra la dulce infancia
del Adorado,
y si memora su hogar dichoso,
y si recuerda los tiernos brazos
que de su cuello fueron caricia...
tiembla en congoja de fiero espanto.
Porque su Niño, siendo inocente,
sufrió el castigo de los malvados;
porque está rota su santa vida;
porque sus brazos
ya no se mueven, ya no bendicen,
y ya no siembran sin un descanso
el pan sublime de las verdades
que lo divino puso en lo humano.
Sin un sollozo, sin un gemido,
baja la Madre desde el Calvario...
En lo más puro de sus entrañas,
la cruz del Mártir se le ha clavado;
y en lo más hondo de sus pupilas
y en su recuerdo lleva sangrado
la cruz del Hijo,
del Bienamado,
que de la vida pasó a la muerte
con la sonrisa siempre en los labios.
Y cuando baja la Dolorosa
(mustia azucena, lirio tronchado),
cuando vacila por el sendero
largo, muy largo...,
pobres mujeres la compadecen,
santas mujeres siguen sus pasos,
y alguien murmura:
-Ved a la Madre
del suplicado;
esa es la Madre del Nazareno,
que hoy ha sufrido muerte y escarnio.
Siempre en silencio llora la Madre,
y hay en su llanto
misericordia por los que sufren,
por los que viven siempre llorando,
por cuantas madres haya en el mundo
que a un hijo miren sacrificado
sobre la cumbre de su Calvario...
¡Y por la Madre del Nazareno
qué pocas madres derraman llanto!
Sin un sollozo, sin un gemido,
mustia la frente, mudos los labios,
como una imagen de eterna angustia
vuelve la Madre desde el Calvario.
Arrullados, pues el sueño hace estragos ya, por la voz de la soprano con sus cantos gregorianos nos detenemos en el auténtico milagro de esta madrugada.
El asombro es tal que al toque de la campana caemos arrodillados ante el Amor de los Amores y por primera y única vez en ese día, la cruz del Lignum Crucis, pierde su fulgor ante la luz que emana del Santísimo: es la vida reflejada en el signo, la cruz, es el poder de Dios sobre la muerte, es la victoria de mi Dios, la más absoluta, la que permanece y se renueva año tras año.
Arrodillados ante la Vida somos conscientes de que no hemos estado solos nunca y que no lo estaremos, que nunca nos abandonó, que las tinieblas no existen, que los sombríos pensamientos son sólo eso, pensamientos equivocados porque la Resurrección es cosa de horas…
Retomamos el camino de vuelta a casa, habiendo tenido el privilegio de saber que aún en nuestra noche más dura y amarga hay una esperanza al final del camino siempre y cuando nuestra fe no nos abandone.
Y con una sonrisa cubierta por el capillo o el capirote salimos a la luz del día y parece que el sol brilla más, y que es más primavera que nunca, que los naranjos han florecido en menos de una hora, y que los vencejos están trinando más fuerte que al llegar. ¡Ay, ellos lo sabían!
Por eso nos han acompañado, querían animarnos en nuestra senda…hasta los ángeles han bajado y juegan con las volutas de incienso llenando las calles de estrellas y haciendo pillerías tantas como turiferarios llevamos que parece que alguno tiene especial querencia al incensario.
En especial, hay uno que tiene en sus genes a Vera+Cruz, no en vano el nombre de su padre aparece en la campana del trono como primer mayordomo que tuvo esta sección, su madre porta orgullosa la bandera de Vera+Cruz y su tío también ha sido mayordomo.
El camino con luz es más llevadero y volver a casa siempre es agradable, por eso, cuando entramos del camino de vuelta, la casa parece más grande, más bonita, e incluso más acogedora.
Quizá porque somos muchos los fusionados que pensamos: ¡Por fin tenemos el Viernes Santo para descansar!...
Jesús resucita.
Hemos encontrado el árbol fronterizo con confianza ciega.
El palo seco, que se muestra a este mundo sombrío y muerto, y por eso espanta a muchos es en realidad un árbol que reverdece, florece y da frutos.
Todo aquel que traspasa de buen grado el umbral de la muerte, consigue llegar al país de la vida verdadera, de la vida divina, aún así seremos libres siempre para escoger o no esa senda.
Ahora reconocemos que el camino de la Cruz y de la muerte, que aparentemente desemboca en las tinieblas y en la noche es en realidad un camino que conduce al árbol del Paraíso de Cristo.
El último tañido de la campana nos recuerda que esto llega a su fin y quien mejor que nuestro Hermano Mayor para certificarnos la Resurrección de Nuestro Señor, todo termina besando al Lignum a modo de despedida melancólica como en un sueño…
Hemos llegado al final de los dos Vía Crucis, en este pequeño milagro no habrá muchos testigos, somos pocos, escogidos, es cierto, pero somos de otra pasta, somos fusionados y de Vera+Cruz, ahí es ná.
Fue crucificado por nosotros.
Su cruz es nuestra vida, nuestra fortaleza y nuestra salvación.
Él es el Misterio escondido, alegría inefable.
Es la Cruz en la que nos gloriamos, para ser gloriosos también nosotros.
Pero vosotros, los fuertes, buscad en ella vuestra fuerza, cerrad vuestros oídos visibles, cegad vuestros ojos exteriores, para conocer la voluntad de Cristo y el Misterio de vuestra liberación que se renueva año, tras año, primavera tras primavera.
BENDITA Y ALABADA SEA LA PASIÓN Y MUERTE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO Y EL MAYOR DOLOR DE NUESTRA SEÑORA. AMÉN.
REGINA CAELI, LAETARE, ALELUIA.
He dicho.
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