¡Mira Sagrado Madero, la pequeñez de este siervo de Aquél que en tus brazos cobijaste y suple con Tu bondad todas mis limitaciones!
Ilmo. y Rvdo. Padre Delegado Episcopal de Hermandades y Cofradías.
Rvdo. Padre Director Espiritual
Sr. Hermano Mayor y miembros de la Junta de Gobierno de la Hermandad Sacramental y Reales Cofradías Fusionadas.
Sr. Hermano Mayor de la Real Hermandad de Ntro. Padre Jesús del Santo Sepulcro y Ntra. Sra. de la Soledad.
Sr. Hermano Mayor de la Cofradía de los Dolores de San Juan
Representaciones de Hermandades, Cofradías y otras entidades de Málaga y Fusionadas de Fuengirola.
Iltmos. Sres.
Hermanos Cofrades, Señoras y Señores:
Ante esta hora difícil que atenaza mi garganta, abrumado por el peso de la responsabilidad que un día contrajese, sabedor de la grandeza de este acto y consciente del poco bagaje e inexperiencia que traigo hasta la médula de la Málaga cofrade, me atrevo a presentarme ante ella, con la sensación que vivo cada Miércoles Santo, cuando se abre la puerta de la iglesia de San Juan y en medio de un silencio cortante, que se hace angustia, desbordándose los latidos, aparece besado por los rayos anacarados del sol de la tarde malagueña, el nazareno de la Cruz Guía, portando con orgullo y abrazando con afán, la sagrada enseña de nuestra redención.
Ese instante, recuerda las palabras de San Pablo: “Ha llegado la hora en que el Hijo del Hombre sea Glorificado”. Y los destellos del astro rey, deslumbran las figuras de Nuestros Titulares, iluminando el Rostro de mi Dulce Señora y hasta el alma penetra en ese impaciente contraluz que a incienso huele.
Y no digáis que es atrevido el símil, pues así como aquél nazareno se abre camino ante una multitud apiñada, yo tengo que abrirme camino hoy en vuestro corazón y en vuestro sentimiento, con el difícil cometido y misión de exaltar el Árbol de la Vida, y como aquél nazareno, portador de la Cruz Guía, con el mismo recogimiento y veneración con que el Lignum Crucis es procesionado el Viernes Santo, os presento mi Cruz.
Esa mi Cruz es su Exaltación y no por lo que tiene de prueba amarga y de onerosa dificultad, sino por razón de similitud y analogía, pues la Cruz es camino recto y seguro, que dirige a la bienaventuranza eterna, es estandarte que Cristo enarbolará como bandera el día de la Justicia Final en su calidad de Justo Juez de todas las generaciones y ara del primer altar donde la Humanidad, al ser redimida por Jesucristo consiguió la reconciliación con Dios.
Y por ello, porque mis palabras tienen que reflejar esos Dogmas de Fe y porque tan alto honor se me ha confiado por esta mi Cofradía, impetro vuestra comprensión para conmigo y solicito benevolencia ante mis escasos recursos oratorios y nulos acentos de elocuencia.
Mi estimado Jesús Torres Jiménez: gracias por endulzar el trance de ofrecerme el grial que tu mismo bebieras, por tu calidez en las palabras de presentación. En ti se contienen las grandezas de una tradición secular fusionada y al igual que duodécima estación del Vía Crucis, cuando dejaron caer de golpe la Cruz para que se introdujera en la Tierra, las asimismo duodécimas Consideraciones en torno a la Cruz que llevaron tu firma, me han servido para comprender que Cristo cuando fue alzado y enarbolado a la vista de todo el mundo, lo fue para que curasen y sanasen tantos males del alma y se levantara el espíritu para que transcendiéramos de lo material y contemplásemos la eternidad del sacrificio que significa el consagrar la vida a los enfermos.
Empero, sea como fuere, en esta hora tercia, poniéndome a los pies de la Cruz para inclinar reverencialmente la cabeza y pedir la venia a la Tribuna Presidencial que su cobijo constituye, iniciaré la andadura de estas Consideraciones entorno a la Cruz, suplicando desde ahora, me sea concedido indulto divino, si mis pensamientos no son de Tu agrado, Oh Cristo, que nos otorgaste el mejor título que a gala pudiéramos llevar: el de ser Tus Hermanos en Cofradía.
Más, para apreciar esa gran verdad, nunca podré agradecer lo bastante al Hacedor, el haber nacido en el seno de una familia cristiana, una familia marcada por la señal de la Cruz, una familia en la que todo tiene su explicación en Cristo, por Él y en Él y de la que de ella comprendí, que es menos gravoso este Valle de Lágrimas si la vida se ofrece en sacrificio por los demás, aceptando con resignación y la entereza que a menudo me falta, los designios de Dios, por más dolorosas que sean la ejecutorias celestiales y la contemplación día a día del Rostro y Cuerpo Llago del Mesías.
No se puede dejar en el olvido que el Unigénito, participando de nuestra condición fue condenado por ser Hijo del Altísimo y a pesar de ello, pudiéndolo todo, se sintió abandonado y aunque suplicó entre olivos que algo cambiara su fatal destino, apuró su Cáliz y pidió a su Padre perdón para sus verdugos.
Esa fue la gran lección de Jesucristo, la que entonces no todos comprendieron porque pocas veces semejantes palabras salieron de labios humanos y todo ello desde la Cruz; Cruz, como el más infamante de los suplicios que se reservaba tan solo a esclavos y criminales; Cruz, instrumento de baldón y oprobio y sin embargo Cristo la considera necesaria para ser su discípulo, la eleva a la categoría de símbolo y la pone como condición esencial de la verdadera virtud, que consiste en seguirle voluntariamente, en negarse, en renunciarse a sí mismo, en tomar nuestra propia cruz y en seguir sus pisadas sin abandonarse jamás.
Y no contentándose con la simple enseñanza oral, puso ésta ante los ojos del género humano con la elocuencia de la acción caminando hacia el Calvario, llevando El mismo su propio patíbulo, que al ser elevado sobre el monte de la Calavera, constituyó su sublime Exaltación. Y como acaece en la vecina Iglesia de San Juan, su mirada se clavó en el horizonte, sabedor que con ello era cumplida la voluntad de Javéh. Por eso, porque en una Cruz expiraste, Jesús, la madera padeció el inmenso dolor de unos clavos deicidas y el leño muerto renació a Eterna Vida, tornándose la oscuridad en luz y vista de tanto ciego.
Por ello se tiene hoy a la Cruz, como la insignia de las insignias, la insignia y señal del cristiano, la condición más universal de la vida humana, pues si hubo una Cruz para el Hijo de Dios que se hizo hombre, seguro que por la Infinita Bondad del Altísimo y con mucha más razón, la tendremos los pecadores, porque recordemos que cruces son las enfermedades, las calumnias, las persecuciones, las miserias, las humillaciones, los infortunios, la muerte inesperada de los seres queridos, los deberes familiares, las exigencias de la sociedad y otras tanta innominadas cruces que están pidiendo y reclamando nuestros hombres y con mucha más insistencia, la de los hombros cofrades.
Nadie como ellos conoce de las incomprensiones de la gente, ¡Cuántas veces los cofrades son criticados por su forma de actuar!, pero al igual que Cristo supo llevar esa carga, debemos caminar con esa bendita traba y vivir y sentir en cofrade, teniendo como norte la Cruz y en mente la admonición que Nuestro Padre Jesús de Azotes y Columna nos diera y que imparte desde hace veinticinco años por las calles de esta tierra, porque…
Cuando las correas golpearon la carne de Cristo en la espalda, en el cuello, en las caderas, apenas quedando sitio en el que herir y la sangre comenzó a bañar la columna, de los labios de Jesús no brotó queja alguna y si ello motivó más dureza por parte de los sayones, Él no suplicó clemencia, aceptando con resignación el castigo, y esa resignación, esa hombría de bien, es la que debe caracterizar a los cofrades, con orgullo y alegría.
Porque la persona que no es cofrade, o que nunca vistió túnica nazarena, o que no arrimó el hombro a un varal, ignora lo que se siente cuando se acude al Templo o a los ‘tinglaos’, con el pensamiento puesto en Dios y en su Santísima Madre, sabiéndose protagonista anónimo de ese drama que constituye la Pasión. Y marcha alegre y gozoso para aferrarse a su vela, enser o varal y hacer penitencia; Y es entonces cuando el no cofrade se preguntará si lo antes expresado conforma una paradoja. Creo que no, sólo la proximidad de la Cruz es la que puede explicar la bendita irracionalidad que constituye nuestra Semana Santa y no tiene que estar reñida la alegría interna con la seriedad, serenidad y sobriedad de la cofradía en la calle; es una satisfacción íntima la que siente el cofrade buscando su penitencia y no recordará el cansancio y agotamiento de otros años al terminar y por ello, entre el bullicio de las calles, entre el olor de Málaga en primavera, cuando puesto en su sitio, sabe que por su fe y por la seguridad de conocimiento que sólo por esa Cruz puede llevarle de nuevo a Jesús, eleva un pensamiento a modo de oración no escrita en ningún devocionario, pero que palpita bien impresa en lo más profundo del ánima nazarena: ¡Oh Cruz Hermosa, todo el año esperé este momento anhelante de abrazarme de nuevo a Ti!.
Es en ese momento cuando una vez más, se hacen realidad las palabras de Cristo, si alguno quiere venir en pos de mí, tome su Cruz, la suya, la que cada cual tiene por castigo de la humana naturaleza, la que se impone por abnegación o que recibe de sus semejantes por sacrificio, no por vanidad ni otro elemento extraño; el cofrade que de corazón lo es, está allí con su cruz, la que recibió de sus padre, de su familia, de su entorno, en definitiva, con la suya y en ella ajusticiada sus pasiones, sus vicios, sus vanidades, sus imperfecciones, sus omisiones y convierte en sacrificio voluntario lo que tantas veces ha sido castigo merecido por sus culpas.
Por eso el cofrade no se dobla ante el peso de los tronos, ni se alivia en su caminar nazareno; toma con valor su cometido, abraza su cruz con alegría, la estrecha con gozo, como cosa propia, como cosa deseada y querida, porque encierra el único remedio de nuestros males y la condición indispensable de nuestra salvación, conocedor que eso también es vivir y morir sobre la Cruz.
Pero los cofrades saben y este fusionado no puede ser excepción, que no sólo seguimos el caminar del Señor por el Vía Crucis de su dolor desde su entrada triunfal en Jerusalem, hasta acompañarlo a la Iglesia de los Mártires en su Santo Sepulcro, Sacro Recinto donde mora mi otro amor de mis amores, sino que siempre encontraron a la Virgen junto a Cristo, con la Cruz de su aflicción y angustia. Y de Ella hizo el mejor símbolo del seguimiento del Salvador del mundo.
Sabemos bien que hay otro Vía Crucis además del de Jesús el Nazareno, que en el Calvario hubo otro corazón que sufrió por la humanidad, con dolor y pena redentora y que esa su pena y dolor fueron y son necesarios para nuestra Redención.
El cofrade sabe que en el corazón de la Señora se clavaron una a una las punzantes espinas que rasgaron la divina frente de su Hijo y que María, sintió la misma amargura que Él cuando este tuvo sed y que si su costado fue traspasado por una lanza romana, su pecho maternal lo fue por las siete espadas del más profundo e intenso dolor, el Mayor Dolor. Y allí estabas tú, fiel Juan, para oficiar de testigo de instante supremo de la máxima angustia. Y cuando en legado divino y en testamento sublime Cristo, Nuestro Señor, pronunció y consagró el magistral pregón de la Vera+Cruz y esa misión corredentora de María, el sabio pueblo malagueño la recogió y confió a sus cofrades fusionadas, para que en un barroco y plateado cofre, atesorara el último cielo que Jesucristo miró y lo encerrase en un Palio, para que sobre unos hombros de jóvenes portadores, enseñaran y mostrasen a la humanidad como fue el tono Azul de ese mediodía nocturno en que todo se consumó, no para que sirviera de lecho de dolor, sino para que fuese un verdadero trono en el que también se cumpliera la Palabra, Hijo, he aquí a tu Madre, el mejor espacio que cristiano pensara para lucir la belleza de María, la que es Reina del Dolor, en medio de bosque de lágrimas de cera, perfumada con la esencia de la naturaleza, caminando a pasito corto y a golpes de campana, sobre un mar de corazones cofrades fusionados.
Qué sentiste Señora, qué pasó por tu mente Madre mía, cuando Tú, sabiendo que eras la elegida por Dios para ser Corredentora del Mundo hasta el final de los tiempos, contemplaste el camino de la amargura, cuando esa morbosa multitud que abarrotaba impaciente el paso de l Hijo de tus entrañas, se regocijó del pregón de un romano que decía: Jesús Nazareno, rey de los judíos, condenado a muerte de cruz.
Qué Dolor experimentaste Señora, cuando Jesús llegó a tu altura y se detuvo a mirarte, cuando ese soldado advirtió tu presencia y emprendió a empellones con él hasta hacerle perder el equilibrio y caer por segunda vez.
Que mixtura de oración, amor y lamento se te apoderó de tu divino ser, cuando viéndole en el suelo, no te dejaron ni siquiera acercarte.
Por eso Madre, ten por seguro, que a los toques de campana del Mayordomo, con mi hombro te estoy ayudando a levantar a tu Hijo, a llevar la Cruz, a seguirle hasta el final y cuando entremos de nuevo por el Pórtico de la Parroquia, alcanzar contigo la Gloria de Resurrección y todo ello antes que claree el tercer día.
Es entonces cuando en mirando a San Juan, veo representado en él a todos nosotros, cuerpo místico de Cristo, porque nosotros, hombres de hoy, sujetos a la dura servidumbre de la condición humana, con la debilidad y limitaciones de nuestra naturaleza, con el cuerpo cansado del esfuerzo y compañeros del dolor de los Dolores, comprendo que estamos también llamados a subir con Cristo y participar en su vida.
Es en ese instante en que renuevo mi fe, la fe de cristiano y de cofrade, si es que puedo desligar por algún momento ese binomio unido en mi con vínculo indisoluble y actuar como si la existencia fuera una estación de penitencia, en el que cada vez que entre mis manos desgrane un rosario y pronuncie Ave María, sienta como caigan fundidas y derretidas, las gotas de cera del cirio de mi vida.
Más, para recordar que eso es así, que la vida es un camino, un andar procesional, era necesario que antes que Cristo yaciera en una losa sepulcral, se operara en nuestra Semana Santa de nuevo un milagro, un hito que nos ayudará a comprender el tránsito de la noche esperanzada al vacío profundo y mortal, de la noche de plenilunio al eclipse crepuscular, de sones de marcha triunfal, a roncos timbales henchidos de duelo, ya que no olvidemos nunca que Cristo sigue conservando en su humanidad Gloriosa, las huellas de la Pasión para recordarnos que esa alegría tiene sus raíces en la Cruz.
De ahí y porque Cristo resucitó de su muerte y muerte de cruz, unos cofrades fusionados, proclamaron nuestro triunfo en ella, haciendo suyo la máxima “In hoc signo Vinces” Tú eres la señal con la que venceremos, rescatando para Málaga ese Hijo del Hombre tallado en carne gótica, hijo ya de la ciudad y Señor absoluto de sus calles, que le prestan en la madrugada del Viernes Santo, un incomparable marco de silentes y enlutadas sombras.
Cristo de la Vera+Cruz, en ti se encierra el misterio central de cristianismo que es tu Pasión y Muerte, pues la Pasión es la obra de los hombres contra ti y tuya a favor de los hombres, ya que Señor, quisiste padecer hasta morir afrentosamente entre dos ladrones y a pesar de tu aparente derrota, al contemplarte sin vida, encierras el triunfo del espíritu cristiano, transformando con tu paso, el verde esperanza, en verde Vera+Cruz, revocando con tu divina sangre, al sentencia de muerte que estaba ya firmada por nuestras culpas, crucificando a perpetuidad en tu Cruz, todos los males de este mundo.
Cristo de la Vera+Cruz, cuando pases por las calles de esta tu Málaga, no recuerdes la parábola de las doncellas, no repares que están durmiendo mientras entra en la casa su dueño; para eso está tu Cofradía, para velar por Málaga, para hacer vigilia por ella, para que con el candil que siempre está encendido rezarte e implorarte por la fe de su destino y para que derrames sobre Málaga toda Tu Verdad, porque contando con ella, seguro viviremos en una única Hermandad que formaremos todos los cofrades malagueños.
Señor, tu sabes de las personas que diariamente se postran ante ti y te exponen sus ilusiones, sus penas, sus necesidades, los que quieren que participes en sus alegrías, los que desde el fondo de su corazón, escriben los más bellos pregones que nunca conoceremos, esos modestos y humildes cofrades que hacen gala de lo que son, que hacen Hermandad por doquiera que vayan, el que da ejemplo de fidelidad a las exigencias cristianas en toda su vida y en todas sus facetas, a esa persona que es albacea testamentario de tu doctrina, dale las fuerzas suficientes para que no abandone nunca, para que siga el surco abierto dejado por la Cofradía y pueda esparcir fructíferamente la semilla del apostolado.
Señor, abre la mente a los Pastores y diles que mientras quede encendida una sola vela en los candelabros de las capillas, mientras quede constancia del exvoto que son cada una de esas llamas efímeras, quedará un rescoldo de fe, símbolo de la pervivencia de la Luz de Cristo, que claramente puede expandirse en un incendio, aportando esa luz que ilumine el camino de la difusión del Reino y mensaje de Jesús.
Que no ignoren a esas personas, que tengan presente la conveniencia de contar con las Cofradías, que las Corporaciones Nazarenas son las de mayor ancianidad de esta Tierra de tu Madre y si las apartan o si las enmudecen, no bastará para que se altere nuestro legítimo modo de sentir y ser Iglesia.
Después de siglos de existencia, ya no puede hacerse desaparecer esos hitos, fecundos y eficaces que pusieron nuestros antepasados y que han sido avalados por el dictamen favorable de la Historia, como el instrumento más idóneo de todos para el apostolado seglar malagueño.
Por eso, el Cristo más antiguo que el paso del tiempo ha respetado, necesitaba salir de su morada y comprobar que la alianza y juramento que un día le hicieron sus fieles cofrades, siguen vigentes a pesar de los pesares, que su mensaje ha sido recibido, que la Sangre por Él derramada, en el lugar en el que se a su vez fue enterrado el primer hombre, sirvió de abono para que brotara más tarde de la negra tiniebla, la sabia verde nueva.
Y el nazareno que de regreso de la Catedral sale, cumplida ya la solemne liturgia, despuntando la aurora, nota que aunque dentro de un año vuelvan a incoar procedimiento a Jesús y que cada día presenciará tantas y tantas injusticias, que volveremos a clavar las manos que acariciaron a los niños, las que sanaron pústulas y heridas, las que devolvieron la luz a los ojos ciegos, las manos con poder contra la muerte, las que consagraron su propia carne y su propia sangre, el tierno calor del primer rayo de sol de la mañana, le recuerda que el Hijo va en busca de su Madre y que María sigue siendo la luz de la amanecida; Que Ella escucha nuestras súplicas y que aunque su Dolor no tenga comparación con el nuestro, también llora por nuestras penas, secándose con su pañuelo no sus lágrimas, sino aquellas que derrama la doliente humanidad; Que de esas Lágrimas, brotan los Favores de la redención, de la comprensión de la enseñanza de la Cruz.
Ese nazareno conoce que Ella sigue estando a los pies de la Cruz, pese a la Soledad de tanto Viernes de nuestras vidas en que abandonamos a Cristo, que cruzamos el Cedrón de la indiferencia, del desánimo y que volvemos a escuchar una y mil veces el gallo, tantas cuantas le negamos; Que la Bendita Madre es el Amparo y Patrocinio del Cofrade, que por su Merced, el cuerpo obtiene la Salud, que por su Gran Perdón, el alma recobra la Paz con la que fue Concebida por el Amor Doloroso, a veces, pero pleno de Gracia y Esperanza de la Santísima Trinidad. Refugio cálido para el hombre que por xenofobia es perseguido y al que alumbra con esos grandes Ojos negros que desprenden rayos limpios de sol.
Ese Nazareno sabe que la Señora es la Estrella esplendorosa que indica el norte y Rocío que aviva el clavel de la fe, cuando de Penas se agota el agua de la Gracia, Misterios Dolorosos del Rosario de nuestro existir.
Hermano fusionado, nazareno de la Eternidad, recuerda que eres el depositario de la decimoquinta estación, aquella por medio de la cual la Santísima Virgen fue proclamada en el Monte Calvario, Reina de los Cielos, momento en el que por la Caridad Divina y su Gran Poder, tuvo Piedad de sus hijos, Traspaso de la Amargura y Angustias, en Consolación de los Afligidos, anidando desde entonces y en los huecos dejados en la Cruz por los clavos, la Paloma portadora de la nunciatura de la Esperanza.
Nuestra Señora del Mayor Dolor, el cadencioso tintineo del muñidor te indica que de nuevo desde los brazos de la Cruz, vas a recibir en los Tuyos al Hijo Santísimo y con Él, a todas nuestras almas; Esas Almas que esperan ser dignas que un día las Envuelvas en tu manto, Toga impoluta que usarás como Abogada en el Juicio Final, cuando de veras asemejarnos al buen ladrón Dimas quisiéramos y escuchar la Absolución del Padre.
Muchas gracias.
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