"Cuando llegaba cerca de aquella encrucijada vi que hacia mí venían un heraldo y un hombre que montaba en un coche de potros cual tú dices; y el que venía delante y el anciano mismo quisieron apartarme por la fuerza del camino. Yo golpeé con ira al que me echaba fuera, al cochero, y al verlo el viejo, aguardando a que pasara, me clavó desde el coche su aguijón de dos púas en mitad de la cabeza. No sufrió igual castigo, pues al punto le golpeé con mi bastón y, rodando del coche, cayó en el suelo boca arriba. Luego di muerte a los demás. Si aquel extranjero tiene que ver algo con Layo, ¿Quién es más desdichado que yo? ¿Quién más odiado por los hombres?" (Edipo Rey de Sófocles)
La crucifixión: algunos autores sostienen que el tormento de la crucifixión era antiguo entre los romanos, y que se remontaría a la época mítica de los reyes de la cual tenemos noticias poco fiables. Incluso se ha llegado a afirmar que las XII tablas harían alusión a la crucifixión. Otros autores piensan por el contrario que los romanos no practicaron este modo de ejecución hasta después de las guerras púnicas, pues lo heredaron de los cartagineses derrotados, los cuales, al igual que griegos y fenicios, lo habían tomado de los persas. Así que la crucifixión podría tener un origen oriental.
Cicerón en su discurso In C. Verrem (Contra Verres) que data del año 70 a. C hizo una descripción impactante de cómo se llevaba a cabo una crucifixión calificándola de cruelísimo y terrórifico suplicio. Según el testimonio del orador la crucifixión se aplicaba sólo a los esclavos (Cicerón denomina a la crucifixión como el suplicio más cruel y supremo, propio de los esclavos), pues el que un ciudadano libre muriera de esta manera era considerado una impiedad contra los dioses y una afrenta a la República. Verres, sin embargo, mandó crucificar a un ciudadanos romano, Gavio:
"Aguardaban todos a dónde llegaría por fin o qué haría, cuando, de repente, manda que se aprese al hombre y que se le desnude y se le ate en medio del foro y que se saquen las varas. Gritaba aquel desdichado que era ciudadano romano, del municipio consano, que había servido con Lucio Recio, un caballero romano muy ilustre con negocios en Palermo, por el que Verres podía enterarse de estos datos [...] A continuación, ordena que se le azote con gran fuerza por todos los lados. Estaba siendo machacado con varas en medio del foro de Mesina un ciudadano romano, jueces, mientras en medio del dolor y del crepitar de los golpes ningún gemido, ni otras palabras de aquel desgraciado se oía sino ésta: 'Soy ciudadano romano'. Con esta mención de su ciudadanía pensaba que alejaría todos los golpes y expulsaría de su cuerpo la tortura. No sólo no logró apartar la violencia de las varas, sino que mientras imploraba con más insistencia e invocaba el título de su ciudadanía, se le preparaba una cruz, una cruz, repito, al infeliz, al desdichado, que nunca había visto locura semejante." (Contra Verres V, 161 y 162)
Por otra parte, según nos cuenta Flavio Josefo en su Guerra de los judíos, sabemos que la crucifixión también se empleó por las autoridades romanas para ejecutar a los que se levantaban contra su poder, especialmente a los palestinos. En 2, 7 leemos que Vero, gobernador de Siria crucificó a dos mil judíos tras flagelarlos sin piedad. Por tanto, para que una persona libre sufriera el castigo de la crucifixión debía haber cometido un crimen demasiado vil a los ojos de los romanos, como era el crimen de sedición o la violación de una vestal. De los testimonios de Cicerón y de Flavio Josefo se pueden deducir dos cosas: primero que es improbable que Pilato ordenara crucificar a Jesús (como afirman Marcos y Mateo) o permitiera hacerlo a los judíos (como afirman Lucas y Juan). Y ello es así porque Jesús no era un esclavo; Cicerón alude a la crucifixión como servile supplicium (suplicio propio de esclavos). Y también porque a los ojos de un romano el que un galileo fuera acusado de blasfemia por sus compatriotas judíos era una minucia. En Juan 19, 4 leemos que Pilato tras mandar flagelar a Jesús lo vuelve a mostrar ante la turba de los judíos y afirma que no halla ningún crimen en Él. Finalmente es imposible que los judíos aceptaran la invitación de crucificarle ellos mismos que les hizo Pilato (Juan 19, 6), ni tan siquiera que aceptaran este castigo para Jesús pues en Levítico 24, 15 y ss encontramos este precepto de Yavé:
"Quienquiera que maldijere a su Dios llevará sobre sí su iniquidad; y quien blasfemare el nombre de Yavé será castigado con la muerte; toda la asamblea lo lapidará. Extranjero o indígena, quien blasfemare el nombre de Yavé, morirá."
La pena que cualquier judío conocedor de las leyes de Yavé hubiera impuesto para Jesús habría sido la lapidación, pues Jesús, al arrogarse el ser Hijo de Dios, rompía con la unidad divina, y esto era una blasfemia para los judíos. Así lo entendieron los autores del Talmud, comentario judío acerca de la ley de Moisés compuesto entre los siglos II y V después de Cristo. Posiblemente estos autores leyeron los evangelios, pero como eran judíos y conocían bien la ley de Dios, no entendían cómo era posible que Jesús fuera crucificado y no lapidado. Así que al comentar lo que contaban los evangelios adaptaron y remedaron el texto evangélico de la siguiente manera:
"La víspera de Pascua colgaron a Jesús y el heraldo estuvo ante Él durante cuarenta días, diciendo: Va a ser lapidado, porque practicó la brujería y la seducción, y conducía a Israel por el mal camino. Todo el que pueda decir algo en su defensa, que venga y lo defienda. Pero no hubo nada que pudiera esgrimirse en defensa suya, y lo colgaron la víspera de Pascua." (Sanhedrín 43a. baraita.)
En este relato es evidente la poca armonía que hay entre ese "colgamiento" que sufre Jesús, que era sin duda la crucifixión narrada en los evangelios, y la lapidación que anuncia el heraldo. Los autores intentaron conjugar ambos elementos para intentar dar coherencia al relato evangélico, pero no lo lograron. El que los autores evangélicos narraran una crucifixión y no una lapidación, que era realmente la pena que debió de sufrir Jesús, sólo es explicable por el alejamiento cultural que los evangelistas tenían ya de sus raíces judías. Recordemos que estos autores eran judíos de la diáspora causada por la destrucción de Jerusalén en el año 70 d. C. por los romanos.
En segundo lugar, también deducimos que gracias al testimonio de Flavio Josefo es fácil saber de dónde sacaron los evangelistas el modelo en que basarse para la crucifixión de Jesús, en este caso modelo histórico (pues el literario fue el libro de Isaías y los Salmos): dos millares de palestinos sufrieron al igual que el Cristo el suplicio de la flagelación humillante y su posterior crucifixión. El mito de Jesús, el ropaje del Cristo de Pablo, fue un tributo a esos mártires judíos por parte de los primeros evangelistas.
La formas que tenían las cruces utilizadas por los romanos eran variadas. En su origen se limitaba a un simple madero clavado en el suelo donde se ataba al condenado. Luego su diseño se complicó añadiéndole la horca (furca) que era colocada en la espalda del criminal atándole los brazos en los dos extremos. Al ser levatando el criminal la furca encajaba en el madero clavado al suelo. También la cruz podía tener forma de T, y entonces se le denominaba crux commisa o crux capitata. El travesaño superior se llamaba patibulum. Finalmente los romanos utilizaban con menos frecuencia que las anteriores cruces con forma de X, denominadas cruces griegas. La madera de la cruz nunca era pulida, sino que era el leño tal cual la naturaleza lo había engendrado. No era algo normal clavar las muñecas del condenado, aunque se podía hacer. Por su parte, los pies los dejaban colgando, sin atarlos ni clavarlos, y ni tan siquiera colocar debajo de ellos una madera para su apoyo, por lo cual el suplicio debía de ser terrible al dislocarse los hombros o desgarrarse las muñecas por el peso del cuerpo. La flagelación del condenado podía tener lugar antes de que lo crucificaran y después de subir en la cruz; un paño solía cubrir su rostro antes que sus genitales, los cuales quedaban desnudos. No es difícil imaginar el sufrimiento al que estaba expuesto el condenado, y más si pensamos que algunos podían aguantar días subidos a la cruz antes de morir de asfixia debido a la compresión pulmonar.
Cuando Constantino se convirtió al cristianismo abolió la crucifixión en honor de Jesús, y fue entonces cuando la simbología de la cruz redentora empezó a surgir en la mente de los cristianos. Hasta el siglo IV después de Cristo era difícil que los primeros cristianos gustaran de identificarse con el símbolo de la cruz, ya que hasta que fue abolida la crucifixión era uno de las muertes más crueles inventadas por los hombres para ajusticiar a los seres de peor condición social o de conducta execrable.
El simbolismo de la cruz: la cruz es uno de los símbolos más antiguos que ha utilizado el ser humano. En la isla de Creta, concretamente en Cnosos, fue hallada una cruz de mármol que databa del siglo XV a. C. El ser humano en su vida cotidiana tenía contacto con infinidad de instrumentos en forma de cruz necesarios para su supervivencia, como por ejemplo los arados para cultivar, los mástiles de los navíos, el ancla de los barcos e incluso los pájaros volando en el cielo; por ello es natural que la forma de la cruz terminara sugiriéndole simbolismos variados. La cruz es el símbolo humano más totalizador y universal pues está prácticamente en todas las civilizaciones. En las culturas más antiguas la cruz simbolizaba la tierra y el espacio cósmico universal. Estas dos significaciones primordiales terminaron por combinarse: la cruz está atestiguada en muchas culturas como puente de comunicación entre la tierra y el cielo. Algunas leyendas orientales presentan a la cruz como escalera o puente por el que las almas de los difuntos suben a la presencia de Dios. Los templos hindúes tienen forma de cruz, al igual que muchas iglesias cristianas.
Realmente, si analizamos lo que suponen los trazos de la cruz, podremos comprender la fascinación que este icono produjo en las más variadas culturas. Una cruz es la unión en un punto de dos rectas. En su forma más arcaica la cruz tiene cuatro brazos, y por ello se relaciona con el número cuatro. El elemento más importante sin duda de la cruz es el centro, el punto de intersección, que desde la más remota antigüedad representaría a la divinidad creadora. Los brazos de la cruz serían lo creado por esa divinidad transcendente e incondicionada.
Como hemos dicho, el cuatro está relacionado con la cruz. Curiosamente en diversas culturas se denomina a los jefes o reyes como "El dueño de los cuatro mares" o "El jefe de las cuatro partes del mundo", ya que como hemos visto, la cruz significa también el espacio, y éste dividido en cuatro partes. En la religión cristiana, son cuatro los evangelios que narran la vida de Jesús, y no parece ciertamente arbitrario este hecho, y más si pensamos que son tres evangelios sinópticos y un cuarto, el de Juan, que en casi nada se parece a los anteriores. Todo ello sugiere que la lucha por incluir el texto de Juan entre los evangelios canónicos que hubo en el Concíleo de Nicea se inició debido al deseo de muchos de respetar el simbolismo del cuatro y de la cruz. Igualmente están escritos en cuatro libros los Vedas, libros sagrados de los hindúes. Y ello es así porque el dios Bhrama, creador del Universo, tenía cuatro cabezas con cuatro bocas que pronunciaron cuatro palabras: cada uno de los cuatro Vedas. Por otra parte podemos recordar un ejemplo mucho más cercano, el cual vivimos todos los años y está relacionado con el número cuatro, la cifra de la cruz. Tenemos cuatro estaciones a lo largo del año, y en las culturas católicas en cada uno de los dos solsticios y de los dos equinocios se ha establecido una fiesta diferente: Navidad, Pascua, nacimiento de Juan el Bautista y la fiesta de San Miguel o las romerías de la Virgen en otros lugares. De nuevo el número cuatro y la cruz en nuestra vida más cotidiana.
En el mito griego de Edipo la cruz aparece oculta en la encrucijada de caminos donde Edipo mata a Layo, su padre, sin saberlo, según la tragedia Edipo Rey de Sófocles. Aquí la cruz tiene un significado de destino, en este caso destino determinado por los dioses, pues la pitonisa de Apolo profetizó a Edipo que mataría a su padre y se casaría con su madre irremediablemente. El nombre de Layo, padre real de Edipo, empieza por la letra lambda en griego, cuya representación pictográfica son dos rectas que se cruzan en un punto, y que si continuaran formarían una cruz. Es curioso también que Layo en griego significa zurdo, y es precisamente por la izquierda del camino por donde Edipo no puede seguir caminando y se ve obligado a dar muerte a ese desconocido que resultó ser su padre.
Según Tertuliano (praescr. XL) en los misterios de Mitra al candidato al grado de iniciación llamado miles (el soldado) se le marcaba en la frente con un signo que desconocemos, pero que muchos se han atrevido a aventurar que podría tratarse de una cruz. Y ello es así porque este ritual recuerda mucho a lo que hacen los sacerdotes católicos con los fieles el Miércoles de Ceniza: les marcan con ceniza una cruz en la frente para recordarles que del polvo vienen y a él volverán. Podría ser que el Miércoles de Ceniza católico fuera un recuerdo de aquel grado de iniciación mitraísta, y que al igual que el iniciado de Mitra se preparaba con la cruz para ser soldado de Mitra, así también el iniciado de Cristo se prepare para la Semana Santa, la pasión y resurreción de su Dios, convirtiéndose así en unsoldado de Cristo, según las palabras del apóstol Pablo.
En áfrica está atestiguada la cruz simbolizando la totalidad del cosmos, la carrera del sol, el destino del hombre, en tanto que encrucijada como en Grecia, y la unión entre el ser humano y la divinidad.
Incluso en el Nuevo Continente la cruz adquirió un simbolismo religioso en la mente del hombre. Los aztecas asimilaban la cruz a la totalidad del cosmos, y también creían que la cruz era el dios Xiuhtecutli, patrón del fuego del universo.
Con respecto al cristianismo se puede decir que, tras el concíleo de Nicea y la abolición de la crucifixión como modo de ejecución por Constantino, los cristianos heredaron gran parte del riquísimo simbolismo que la cruz había adquirido a lo largo de la historia religiosa de la humanidad. Los cristianos tenían un campo fértil, los evangelios, para plantar el simbolismo de la cruz. Pero es de notar que en los principios del cristianismo, cuando todavía eran una secta perseguida por los romanos y la crucifixión estaba en vigor, la cruz estuvo ausente en el mundo de representaciones cristianas. Y ello por el horror que suponía para cualquier romano mostrar a un dios salvador ajusticiado como el más vil de los criminales. El sentido trágico de la crucifixión fue la nota dominante hasta la era de Constantino, y no se hizo alarde de la cruz, tormento ignominioso, sino que más bien se escondió a los ojos de los no iniciados e incluso entre los cristianos mismos. La arqueología ha respaldado esta teoría que explica la falta de cruces en los primeros siglos del cristianismo a pesar de que los evangelios contaran la crucifixión de Jesús: en el Palatino se ha encontrado un grafitti hecho por un romano del siglo II el cual representa a un hombre con los brazos en cruz y cabeza de burro. Bajo este desconcertante dibujo se puede leer una inscripción que dice: Alexámeno adorando a su Dios. Se cree que esta representación sería un claro ataque contra los cristianos que se atrevían a decir que adoraban a un Dios crucificado. Otros, sin embargo atribuyen a este dibujo un carácter gnóstico.
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