En este mes que hemos comenzado recordando a nuestros difuntos, no estaría mal reflexionar sobre la muerte y la cruz....
O magnum pietatis opus! Mors mortua tunc est, in ligno quando mortua vita fuit
(¡Oh obra grandiosa del amor! ¡La muerte murió, cuando en el madero murió la vida!)
[Antífona de las fiestas en honor a la Cruz]
El hombre tiene horror a la muerte. ¿Por qué habla tan poco de la muerte y tan a disgusto precisamente el hombre moderno que parece estar tan seguro de sí mismo? ¿Por qué elimina todo pensamiento de la muerte y aún de la vejez, de la enfermedad y especialmente de las enfermedades mentales? ¿Por qué huye de la soledad y del silencio, donde el hombre tiene conciencia de su interior y de sus facultades más internas? ¿Por qué busca distraerse, el ruido y el tumulto de masas? PORQUE EN LA MUERTE SE ESTÁ SOLO. Cada cual tiene que morir necesariamente a solas su propia muerte. Queda abandonado a sí mismo. Porque en la muerte el propio YO, la persona, el individuo perece, se extingue y todas las demás cosas siguen su curso...
En las Escrituras no se palia la muerte, no se trata de eludirla con eufemismos y tapujos, ya en el Génesis aparece Morte morieris 'Ciertamente, morirás'....Dios mismo se hizo hombre tomando la carne de pecado que, por serlo, es también carne de muerte. Este Hombre-Dios que por nuestros pecados apareció en carne pecador, cargó en la Cruz con la consecuencia del pecado. No sólo aceptó la muerte, como lo hicieran antes los justos, que sufrieron el castigo de la muerte, tristes, sí, pero resignados y sumisos, sino que Él mismo, que personalmente era inocente, tomó sobre sí la muerte, voluntariamente y por amor...también experimentó el espantoso abandono del moribundo, que ve su personalidad terrena se va extinguiendo. Tuvo horror a la muerte Si es posible que pase de mi este cáliz, hasta llegar al Padre, en tus manos encomiendo mi Pneuma. En esta total entrega al Padre, que se enoja, pero es a la vez misericordioso, la muerte fue vencida definitivamente. Cuando el hombre se levantó frente a Dios y contra Dios, cuando quiso ser por sus propios medios igual que Dios, le sobrevino la muerte y le destronó la dignidad usurpada. En cambio, aquí está el primero y el único hombre, que quiere vivir sólo en Dios y para el Padre. No se busca en nada a sí mismo, sino que busca exclusivamente la gloria del Padre. Por eso se precipita al abismo de la destrucción aparente confiando en que el Padre le sostendrá. De esta manera, la muerte, que debía recordar al hombre su nada, perdió su razón de ser y dejó de tener sentido.
El que con Cristo acepte la muerte, de una manera sacramental en el bautismo, de una manera moral en la vida de la Cruz, tomará parte con Cristo en la vida de Dios, en la vida eterna (divina).
Tiene razón pues, nuestra antífona, cuando califica de 'obra grande de amor' el que la vida muriera en el madero y el que esta muerte diera muerte a la muerte. La Cruz de Cristo, símbolo e instrumento de obediencia al amor y de entrega incondicional a la voluntad amorosa del Padre, nos muestra la gran realidad de la temible muerte como consecuencia del pecado, pero también el triunfo definitivo sobre la muerte por la unidad con el Padre en Cristo. Cuanto más confiada y totalmente nos entreguemos a Dios, tanto mejor quebraremos, ya desde ahora, el dominio de la muerte; cuanto más nos abandonemos en las manos paternas de Dios y nos dejemos caer en el abismo de la muerte, tanto mayor participación tendremos en la vida, que brota de la muerte.
('Misterio de la Cruz', Odo Casel)