Cuando las calles sienten en el asfalto las lenguas doradas del sol, y los vencejos actúan como una auténtica banda de cornetas y tambores anunciado su llegada, teniendo como auténticos barítonos a las gaviotas, la Catedral guarda el mayor de los secretos escondido a estas alturas de la Pasión. Amanece el Viernes Santo, silencioso y perezoso, la flor del azahar ya está casi marchita de exhalar tanta primavera mezclada con incienso y aún la naturaleza sigue siendo insultantemente bonita cuando tanto ha llorado en otros días haciendo derramar lágrimas de amor a otros hermanos. Amanece no sólo en la calle, amanece en los corazones de una sierpe verde y negra que ve como aún si haberse cumplido la palabra escrita en el Evangelio, y sin haber llegado todavía a la hora de tercia en la que Jesucristo muere, tienen el inmenso privilegio de constatar que aún muerto, vivirá, porque ellos han podido adorarle, inclinando sus rodillas, su cabeza y su corazón ante el Cristo vivo que aún se encuentra custodiado en el Monumento de la Catedral. Ellos son los hermanos que acompañan al Stmo. Cristo de la Vera+Cruz, auténticos profetas de la Resurrección que aún en el momento álgido de la Pasión podrán afirmar a sus amigos y familiares: ¡Cristo vive, yo he sido testigo!, los setenta y dos apóstoles que salieron en busca de tierra virgen donde sembrar la semilla de la palabra. Los setenta y dos apóstoles de la Vera+Cruz.
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