viernes, 11 de diciembre de 2009

Reflexiones de Diciembre

En medio del esplendor litúrgico de la santa noche del Nacimiento de nuestro Señor, la Iglesia canta: "El Logos se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad" (Jo., 1, 14; Resp. XII de la Vigilia).

¿Qué quiere decir esto?

¿Quiere decir que ya desde ahora contemplamos nosotros la luz eterna de Dios, que vemos con los ojos del espíritu (los del cuerpo quedan excluidos) la gloria inaccesible del Dios eterno?.

La revelación de la gloria divina va unida a la Encarnación del Logos.

Por 'gloria' nosotros entendemos brillo, esplendor, majestad, plenitud de luz o pensamientos en la infinita inaccesibilidad de la luz divina de la eternidad, y todo ello, en el fondo, lo imaginamos a medida humana y con colores terrenos, como algo infinitamente magnífico, poderoso y misterioso.

Sin embargo, Jesús nace entre pastores y en un pesebre. ¡Tenemos que cambiar nuestra forma de pensar!.

La gloria de Dios es algo totalmente distinto, infinitamente más profundo y hermoso, algo que supera todo poder y sabiduría.

Aquí está la palabra decisiva: el Kyrios de la gloria, Aquel a quien todos los días aclamamos en el Te Deum: Tu Rex gloriae, Christe (¡Tú, Rey de la gloria, Cristo!), es el Crucificado. Con esto hemos adquirido una noción totalmente nueva de la gloria. Gloria no es el poder de este siglo, ni la sabiduría y la gnosis de este mundo. La gloria viene de la Cruz. Con la Cruz queda negado todo lo que es de este mundo y de su gloria. porque la Cruz juzga y condena todo poder, toda soberbia y toda ciencia de este mundo. Pero, precisamente por eso, hace al hombre capaz de conocer y alcanzar la verdadera gloria, la gloria de Dios.

Jesús, hecho hombre en humildad y clavado en una Cruz, es el Kyrios, el Señor, el Todopoderoso, y el que confiesa esto es cristiano porque ha conocido la verdadera gloria de Dios. Aquel que pueda decir: "estoy crucificado con Cristo" (Gal., 2, 19) ése contempla la gloria de Cristo. Y es ésta la esencia más profunda de la fe. la fe no ve nada de la gloria externa, de la ciencia mundana; pero tiene la virtud de ver, a través de la aparente vulgaridad de la Cruz, su gloria interior. El que no tiene fe sólo ve la gloria de la carne, la ostentación de este mundo, porque sus ojos son de carne. En cambio, el que ha mortificado la carne, viene a la fe; ve el fondo divino; contempla a través de las criaturas la fuente divina de todas ellas. La Cruz, la humildad de la fe, es el único camino para la gloria de Dios.

Y así queda resuelto el problema planteado al principio. En Navidad vemos efectivamente la gloria de Dios, la luz eterna, porque vemos la gloria a través de la humildad de la fe y, por tanto, a través de la humildad de la carne. "El Logos se hizo carne". La Encarnación del Logos fue para el mundo el único camino para la contemplación de la gloria.

La carne de Jesucristo, su Humanidad, es el paso necesario para el Padre. Su pesebre y su Cruz conducen a la gloria.

En el Niño débil del pesebre contemplamos ya la gloria de Cristo, y en Él, la luz de Dios. Dice San Ambrosio: "Él se hizo niño, para que tu pudieras llegar a ser un hombre perfecto; fue envuelto en pañales para que tú pudieras desenredarte de los lazos de la muerte; estuvo reclinado en un pesebre para que tú pudieras estar de pie ante el altar; estuvo en la tierra, para que tú estuvieras entre las estrellas; no encontró lugar en la posada, para que tú pudieras tener muchas mansiones en el cielo. Era rico y se hizo pobre a causa tuya, para que su indigencia te enriqueciera a ti. Aquella pobreza es mi riqueza, y la debilidad del Señor es mi fortaleza...".

Terminamos con una reflexión de San León Magno (Sermo 48, 1)

NACIDO PARA LA CRUZ

El mismo Nacimiento del Señor sirvió al Misterio de la Pasión; el Hijo de Dios no tuvo otro motivo para nacer que el de poder ser clavado en la Cruz. En el seno de la Virgen asumió carne mortal; en la carne mortal se cumplió el plan redentor de la Pasión y, gracias al plan inefable de la misericordia de Dios, se hizo que el sacrificio de la redención fuera para nosotros destrucción del pecado y comienzo de resurrección para la vida eterna.

(Misterio de la Cruz, Odo Casel).



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