“Hermano León, ¿quisieras tú, te lo ruego, poner por escrito lo que no constituye la alegría perfecta? Ella no consiste en el renombre de santidad de nuestra Orden. Aunque todos nuestros Hermanos fueran capaces de devolver la vista a los ciegos, sanar a los paralíticos, arrojar a los demonios, hacer oír a los sordos, hacer caminar a los cojos, hacer hablar a los mudos, e inclusive resucitar muertos de cuatro días, escribe que allí no está la alegría perfecta.Si nuestros Hermanos supieran todas las lenguas y todas las ciencias, sobre todo la de las Escrituras, hasta el punto de poder anunciar las cosas que van a suceder y leer en las conciencias, escribe que en eso no consiste tampoco la alegría perfecta.Inclusive si nuestros Hermanos hablaran la lengua de los ángeles y conocieran todos los secretos de la naturaleza, allí tampoco está la alegría perfecta. Y aunque supieramos todos predicar hasta el punto de conducir a los fieles a creer mejor en Cristo, allí todavía no está la alegría perfecta.Ahora te voy a decir, Hermano León, qué es la alegría perfecta. Suponte que yo regreso de Perusa en una noche fría de invierno, cubierto de barro, aterido y desfalleciendo de hambre. Al llegar a nuestro convento de Santa María de los Ángeles, yo golpeo la puerta y uno de nuestros Hermanos se levanta de improviso de su lecho encolerizado y me grita desde adentro : ¿Quién eres?. Yo le respondo : “El Hermano Francisco”. Él me interpela , entonces, con viveza : “Eso es falso, yo no reconozco su voz.¡Vete! ¡Tú no eres más que un ladrón de limosnas y un mal imitador! Vete lejos, al asilo de los pobres, porque aquí no encontrarás lugar ni alimento”. Si yo insisto por un largo rato y él finalmente sale del convento, no para hacerme entrar, sino para hacerme caer en la nieve y golpearme con su bastón, y todo eso lo soporto con paciencia y en paz, pensando en los sufrimientos de Cristo bendito, escribe que en eso, Hermano León, consiste la perfecta alegría. Mira, de todos los otros dones del Señor, nosotros no podemos de ningún modo gloriarnos, porque no son ni para nosotros ni de nosotros. Pero en la cruz de la tribulación y de la aflicción, podemos alegrarnos, porque eso es un bien para nosotros. Por eso el apóstol Pablo declaraba que él no quería gloriarse de nada, sino de la cruz de Cristo (Ga 6, 14). ¡Qué alegría tan grande es, Hermano León, por consiguiente, la de comprobar en sí mismos la acción de la gracia divina que nos permite vencernos a nosotros mismos y soportarlo todo por amor a Cristo.”Florecillas 8 (traducción y adaptación del Hno. Bernard-Marie). Del libro “La Oración de los Humildes”. Ed. San Pablo.
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