miércoles, 29 de agosto de 2007

Un veracrucero en Roma (I). Por Andrés Torres.



UN VERACRUCERO EN ROMA (I)



(Cosas que no hay que perderse si uno es de la Vera+Cruz y va a Roma)

Existen en Roma mas iglesias que días tiene el año. Os podéis imaginar que siendo Roma el centro de la cristiandad desde hace siglos, la cantidad de obras de arte, reliquias y documentos de todo tipo que hacen referencia a la Santa Cruz sea inabarcable para un turista que va a pasar unos días en la Ciudad Eterna, y que quiere, además, ver otros aspectos de la ciudad: ruinas, tiendas, restaurantes, plazas, fuentes, obeliscos, columnas, calles….romanos y romanas….
Esta pequeña colaboración sólo pretende hacer hincapié en algunos detalles en los que un veracrucero debe reparar, en una visita rutinaria a Roma y El Vaticano, sin salirse de los circuitos turísticos habituales.

Plaza de San Pedro:

En el centro de la impresionante plaza de San Pedro se alza un obelisco egipcio. La mayoría de los turistas se acercarán a un punto señalado en el suelo desde donde las tres hileras de columnas de la famosa columnata de travertino de Bernini se superponen y parecen sólo una.
Pocos reparan en el vértice del obelisco. Pues bien, justo allí encima se encuentra una reliquia del Lignum Crucis.

El obelisco fue traído de Egipto por Calígula y su ubicación original fue el centro de Circo de Nerón, lugar donde fue crucificado San Pedro.
Sixto V decidió trasladarlo en 1586 a presidir éste lugar por ser ‘testigo mudo’ de dicho martirio. También añadió éste Papa la Cruz de bronce que lo remata y que contiene el Lígnum Crucis. (Una leyenda dice que en sustitución de las reliquias de Julio César).

Cuentan que el traslado fue dificultoso y en la erección participaron más de 150 caballos y 50 máquinas y poleas. Una multitud presenciaba las maniobras en un absoluto silencio impuesto por Sixto V bajo pena de muerte.
En un momento dado, las cuerdas empezaron a crujir, la tensión se hizo patente, parecía que las maromas iban a romperse……….
Un marinero genovés que se encontraba entre el público, rompió el silencio:
‘’¡¡Agua a las cuerdas!! ‘’ gritó.
Inmediatamente cubos de agua mojaron las maromas y el crujido cesó.
El marino, lejos de ser condenado a muerte fue premiado con algo que le hizo rico a él y a sus descendientes: ser el suministrador exclusivo de flores para la Basílica, de por vida.


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