viernes, 5 de octubre de 2007

Artículo de nuestros hermanos. Por Javier Ayora.

Me pregunto si alguna vez habéis visto un ser arbóreo. Es posible que nunca hayáis visto uno. También es posible que estando cerca de alguno, no os hayáis fijado. Los hay, existen, podrían ser personajes de la obra de Tolkien. Su sombra es amable y reconforta a la hierba seca. Tras sus benevolentes hojas se esconde una determinación que no se doblega ante ninguna adversidad. A diferencia de los reptiles que se trasladan horizontalmente, cobardemente abrazados a la seguridad de la tierra, los seres arbóreos siempre crecen en altura. También, a diferencia de los depredadores que se desplazan en el impulso de satisfacer el instinto de saciedad, hunden sus raíces en la belleza de la creación. Los arbóreos se extienden por todo el mundo, llegan hasta los reinos de las sombras, las nuevas tierras de Mordor. Siempre en la misma posición vertical, irradiando una misericordia inagotable. Son audaces y al mismo tiempo transmiten una franca serenidad. Yo los veo de vez en cuando, a cierta distancia de mi casa. Cerca de los bosques de el Pardo y cerca del Madrid de Cervantes. Hay muchas especies de arbóreos. Reciben diferentes nombres : conventuales, capuchinos, terciarios, clarisas… Pero algunos de ellos son inmensos y desconocidos, sobre todo para una cultura que desprecia todo lo pretérito. Podríamos hablar de los más audaces, aquellos que vivieron con una tensión y un sentido de la acción preignaciano. El fundador de la Orden fue Francisco de Asís, imitación de Cristo. Algunos han querido poner un poco de azúcar a la figura de Francisco, para hacerlo un poco más digerible a los modos de hoy. Nada más lejos. Sólo hay que recordar su determinación con el sultán de Egipto, Melek el Kamel. Cuando atravesó desarmado el campo de batalla. Entre golpes consiguió que le llevaran ante el nieto de Saladino. Le propuso una ordalía o juicio de Dios. Ambos se meterían en una hoguera. Si él ardía era a consecuencia de sus pecados y si el sultán ardía era por su falsa religión. La decisión y el escudo de la fe le permitieron salir con vida. Es el caso por ejemplo de Juan de Pian Carpino y de Odorico de Pordenone, que recorrieron las tierras de Oriente. Antes que Marco Polo, antes que Javier, antes que la Compañía. Raimundo Lulio también fue un verdadero viajero. Mallorca, París, Roma, Túnez, Marruecos, Argelia y sus cárceles. Demasiados destinos para una época en que se viajaba a pie, en barco, o a caballo. Estuvo a punto de morir envenenado en Chipre y acabó sus días con la muerte trágica en el Norte de África. Desde lo más profundo de la Edad Media, surgen todos ellos como una caballería cristiana desmontada, o como una infantería desarmada de Dios. Exterminados en tierras remotas como África, Oriente o América, la Orden Franciscana no dejó de enviar hombres para evangelizar. Incluso durante el pontificado de Juan Pablo II, nos ha quedado el testimonio de santidad del Padre Pío de Pietrelcina, que tuvo las llagas de la Pasión durante muchísimos años.
Hombres de madera. Seres arbóreos. Vegas de los ríos. Laberinto de álamos. Nos habéis mostrado el Árbol de la Vida, donde el Hijo de Dios murió por nosotros.

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